Capítulo once | VO

329K 23.7K 3.1K
                                    

La ropa que llevaba puesta le recordaba muchísimo el día que se conocieron: jeans ajustados, camiseta suelta, zapatos cerrados y una mirada de absoluta magnificencia, como si pudiese devorarse el mundo de un bocado. Él había vuelvo a la seguridad de su camiseta, la cazadora y los jeans.

―¿Exactamente cuál es el plan? ―preguntó en cuanto ella se estacionó.

Frente a él había una casita muy vieja, cubierta en ambos lados por musgos y arbustos crecidos. Estaba en el medio de la nada. No existía ninguna otra propiedad en kilómetros.

―En el taxi, cuando nos conocimos accidentalmente, usted...digo, tú... ―ladea la cabeza un poco―. Es complicado.

―Sigue ―musita impaciente.

―Bueno, ust...tú querías que te llevara a un lugar tranquilo.

―Sí, recuerdo que dije «tranquilo» no «apartado» ¿Dónde estamos?

―Viví aquí cuando era niña ―toma las llaves del auto y baja―. Te gustará.

Él abandona el auto a regañadientes.

―No soy precisamente un amante del campo.

A pesar de sus quejas ella lo conduce dentro. No era gran cosa, puntualizó él. Una sala pequeña, un comedor aún más y la cocina, que a lo sumo podía caber una persona. No había interruptores ni enchufes. Solo un par de lámparas de aceite que Anna encendía.

―¿No hay luz eléctrica? ―preguntó sorprendido.

Anna agita la cabeza mientras sopla para apagar el fósforo. Charles hace una mueca de sorpresa antes de sentarse en uno de los pequeños sofás.

Ella suelta una carcajada.

―¿Qué? ―gruñe él a la defensiva.

―Nada ―se acomoda en el asiento contiguo―. Esa solía ser mi cama.

Charles frunce el ceño.

―¿Dormías en esto?

Ella asiente. Aunque le cree, a él se le hace difícil imaginársela de pequeña durmiendo en estos duros muebles.

―Cuando era pequeña, mi familia tuvo muchos problemas económicos ―dice―. Antes vivíamos en un departamento que incluía aire acondicionado y calefacción, pero lo perdimos cuando tenía dos años. Desde luego no me acuerdo nada. Todos los recuerdos de cuando era niña los tengo de esta casa. Le pertenecía a los abuelos de mi madre. Al morir su abuela, heredó esta casa, así que nos mudamos aquí. Nada de luz eléctrica ni vecinos. Era como estar aislados del mundo.

»Con los años, mis padres comenzaron a ahorrar dinero para una casa, pero siempre debían usarlo para una emergencia: ropa, alimentos, medicinas. Se hacía muy duro. Fue mucho peor cuando despidieron a mamá. Casi un año más tarde, la fábrica donde trabajaba mi padre cerró, así que él también quedó desempleado.

»Ya no éramos niños, así que los muebles nos quedaban pequeños. Dormir en ellos era horrible. Sin embargo, no nos quejábamos. No podíamos tener nada mejor. Los tres teníamos problemas con nuestros compañeros de clase. A veces teníamos la ropa algo agujerada o los zapatos rotos. Lo bueno es que los Mawson somos rudos.

Anna sonríe ampliamente, como si lo que estuviese contándole la hiciera sentirse orgullosa de sí misma.

―Tenía once años cuando tu padre inició con las ayudas económicas ―continúa―. Eso les permitió a mis padres ir a la universidad y obtener un título. Las cosas súbitamente mejoraron cuando consiguieron empleo. Ya no tenía que usar zapatos rotos.

Un príncipe en apuros (PARTE 1 Y 2) - SLC | YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora