Especial #2: Un heredero para el príncipe | Borrador SP

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―¿Ha visto a mi esposa? ―le preguntó Charles a la mujer de espaldas a él

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―¿Ha visto a mi esposa? ―le preguntó Charles a la mujer de espaldas a él.

Vistiendo un apretado vestido blanco y el cabello castaño suelto moviéndose al ritmo del viento que se colaba por la ventana abierta, la mujer se movió con gracia al girarse y avanzó hacia él. El sonido de los tacones se intensificó, volviéndose eco, a medida que su andar continuaba. Le colgó los brazos al cuello y le sonrió con los labios arropados por el labial rojo.

―No, Su Alteza. La perezosa debe estar durmiendo todavía.

―No me extraña. A esa mujer le encanta mi cama.

―Especialmente cuando hay cierto hombre desnudo en ella.

Él sonrió justo antes de que ella le estampara un beso en la boca.

―Hola, precioso.

Mirándola fijamente a los despampanantes ojos verdes, le envolvió los brazos alrededor de la cintura para aferrarla a él.

―Hola, preciosa.

―Te fuiste temprano.

―Lo siento. Tenía programada una reunión con mi padre.

―¿Cómo está?

―Mejor.

Pero él tenía un brillo triste en los ojos que parecían gritar «está bien, pero no lo suficiente». Pocos meses después de haber culminado el tratamiento, los estudios revelaron que el tumor que había aparecido se había vuelto muy pequeño y que requería de una operación. El procedimiento había sido exitoso. Sin embargo, el rey había quedado neurológicamente afectado y los médicos le diagnosticaron un inicio precoz de la demencia. Con la medicación adecuada, había logrado volver a la normalidad. Para un hombre terco como Edward, aquello no era suficiente.

Su diagnóstico menguó las capacidades para ejercer su cargo y temía que algún día antes de su muerte, su padecimiento le impidiera cumplir con sus obligaciones. Así que había decidido pasar sus últimos años en completa calma. Lo que significaba que la regencia que Charles había ejercido una vez de forma temporal estaba cada vez más cerca de volverse permanente.

Charles creía que su padre estaba actuando sin pensar con caridad en sus acciones, que se estaba precipitando. Después de todo, con el medicamento que ingería lucía igual de alerta y alegre que siempre. Aun así, comprendía su deseo. Una vida tranquila, alegre, feliz. Era lo que quería para sus últimos años.

―Charles, tu padre no te estaría pidiendo la regencia permanente si no confiara en ti. Sabe que estás listo.

―Aún no.

―¿Por qué no?

―Tengo miles de cosas que aprender. Si no hubiese andado toda mi juventud de... ¿cómo es que solías llamarme?

―Miembro caliente.

―Exacto. Miembro caliente...

Anna se echó a reír.

Un príncipe en apuros (PARTE 1 Y 2) - SLC | YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora