Capítulo 3 | VP

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―Buenos días, Ruby ―musitó Anna al verla

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―Buenos días, Ruby ―musitó Anna al verla.

La pelirroja hizo una seña rápida para que esperara, deteniendo su avance hacia la cafetería de los empleados. Estaba hablando a través del intercomunicador.

―Esperan tu taxi en la central. No te tardes, Eli ―dijo―. El jefe no está contento con el estado de tu vehículo. Te dije que lo tenías hecho un cuchitril.

Ruby finalizó la llamada y giró la silla hacia Anna. Entrelazó sus manos sobre el escritorio y le sonrió.

―El jefe quiere verte ―le dijo.

Anna soltó un gruñido.

―¿Ahora por qué? ¡Que no se atreva a decir que es por la cuota! Ayer trabajé hasta tarde para cumplir con ella.

―No, chama, es por otro asunto. Hay un multimillonario que quiere contratar el servicio de uno de nuestros taxistas.

―Ah, ¿y qué? ¿Yo que tengo que ver?

―Yo que sé. El jefe no me dijo. Pero, por Dios, tengo que decirlo. Yo respondí la llamada. La voz de ese hombre, oh, Dios, era tan sexy.

Anna puso los ojos en blanco.

―Tú encuentras a todos los hombres de la misma manera.

―Es el efecto inglés. Son, oh, una delicia.

A Anna le costó entender el sentido de aquello hasta que recordó su procedencia. Venezuela.

―Sí, sí. Avísale al jefe que ya estoy aquí.

―Te está esperando.

Entrecerró un poco los ojos.

―¿El multimillonario está adentro?

―Desgraciadamente, no.

―Bueno, para mí es perfecto. No quiero toparme con otro multimillonario.

―¿Con quién te topaste esta vez? Si dices que Brad Pitt me muero.

―Aunque te lo dijera no me creías.

―Pruébame.

―Tal vez más tarde. Debo reportarme con el jefe.

―No se me olvidará.

Ella le sonrió burlona. No, no iba a olvidarlo. Ruby adoraba los chismes.

Se alejó de ella y caminó por el pequeño pasillo hacia la oficina. Las paredes estaban adornadas con fotografías de autos viejos: un Seat 127, el Renaut 12 y el Peugeot 504 a la derecha y el Renault Gordini, el Volkswagen Beattle y una Mini Cooper a la izquierda. Podría quedarse el día entero observando las fotografías. Desde muy niña, descubrió el amor incondicional que le tenía a los autos. En su familia, a excepción de su abuelo, era la única que había desarrollado tal pasión. Valerie y John, sus padres, así como Alice y Abraham, sus hermanos mayores, se inclinaban más por las artes. Su padre impartía clases de artes en una universidad de Liverpool y su madre daba clases de actuación. Alice era bailarina y Abraham pintor. Ninguno de ellos alcanzaba a comprender plenamente su pasión por los autos o la frustración que sentía por no poder volver a una pista jamás. En su lugar, estaba estancada en un empleo promedio para el que tuvo que prepararse por tres años, conduciendo todo el día con un pasajero diferente cada tanto.

Un príncipe en apuros (PARTE 1 Y 2) - SLC | YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora