Capítulo 27 | Borrador SP

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Cualquier rastro de dulzura y cariño se había esfumado de su rostro

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Cualquier rastro de dulzura y cariño se había esfumado de su rostro. En su lugar, le dominaban los gestos áridos y agresivos de un hombre que estaba desquiciado por el coraje. Anna se remojó los labios lastimados por el frío mientras pensaba en alguna manera en que pudiera calmar su furia.

No encontró ninguna. Así que, cogiéndose las manos a la espalda, se le acercó un par de pasos.

―Déjame explicarte ―musitó nerviosa.

Charles levantó ambas manos.

―Si te acercas un paso más, me volveré aún más loco.

Anna torció la boca al tiempo que detenía su avance. Sus ojos azules estaban encendidos con algún pensamiento irascible.

―Charles, antes de que sigas alterándote, por favor, deja que yo...

―¡No! ―gritó, y todo a su alrededor parecía haberse sacudido ante la espeluznante reprimenda―. No quieras explicarme las cosas, Anna. Todo está muy claro. Pero es que, por Santo Dios, ¿te volviste loca?

A ella se le convirtieron los labios en una delgada línea.

―No gritemos frente a todos, ¿por favor? ―se giró hacia Yosef―. ¿Puedes prestarnos tu oficina un momento?

Anna descubrió la desconfianza en sus ojos oscuros, como si se sospechara que Charles pudiera ser capaz de lastimarla.

―Está bien ―respondió después.

Ella le indicó por dónde ir. A medida que avanzaba, una sensación de angustia se le instaló en la boca del estómago. Dios, ¿cómo no había pensado en que esto podría suceder? Desde luego que él vendría por ella ¿Pero cómo descubrió donde se encontraba tan pronto?

Soltó una maldición en silencio. Debió dejar el computador encendido con la página web de la estación del tren abierta.

Torpe, torpe, torpe.

Anna cerró la puerta de la oficina en cuanto ambos se encontraron en el interior. Aferró la mano a la cerradura, buscando una excusa para no mirarle. Decir que estaba furioso era restarle peligro al fuego.

¿Qué podría decirle para hacerlo más fácil? ¿Qué palabras aliviarían su ira? ¿Cómo podía borrar el fuego de sus ojos? Los mismos ojos que horas atrás la miraban con amor, tenían una llama de coraje en ellos.

―Encontrarte no fue difícil ―lo escuchó decirle―. Dejaste las migajas de pan en el computador. Solo tuvimos que localizar al taxista y este nos daría la dirección. Fue casi como pisarte los talones. Partimos apenas supimos a donde te habías ido.

Silencio. Eso fue todo lo que escuchó por cerca de dos minutos.

―Tuve una hora entera de viaje en tren para pensar en qué te diría cuando te encontrara. Si es que lo hacía.

Un príncipe en apuros (PARTE 1 Y 2) - SLC | YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora