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ADVERTENCIA: Capítulo con contenido +18 explícito.
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El rostro de la mujer frente a ellos cambió a uno molesto al percatarse de la presencia de Sarka, quien aún tenía la mano siendo sostenida por la de Rindou.
Observó el anillo en su mano derecha y la pulsera en la izquierda, al igual que las cajas de estos a un costado. No le fue difícil darse cuenta de que ellos se lo habían regalado, ya que eso era lo que quería para ella misma cuando comenzó su relación con Ran.
Quería joyas, dinero, lujos.
Sabía que eso era lo que Ran le daría al tenerlo en la palma de su mano, pero quería más, también quería a Rindou, cosa que nunca logró conseguir.
Su rostro volvió a uno de tristeza fingida cuando volteó a ver a Ran.
—Ha pasado mucho tiempo —pronunció en voz baja.
Ran no contestó.
Rindou aún sostenía la mano de Sarka, mientras que con su mano libre había formado un puño en el cual sus nudillos estaban comenzando a ponerse blancos por la fuerza que estaba ejerciendo.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Ran sin mirarla.
—Aquí trabajo desde hace unos meses —sonrió sin ganas—. Esta no fue la vida que planeé, sabes que me habría gustado casarme contigo y formar una familia, ¿lo recuerdas?, eso es lo que planeamos para los dos —sus ojos estaban comenzando a llenarse de lágrimas.
Ahí fue donde Sarka lo entendió, ella era la mujer que había causado tanto daño en Ran y Rindou.
Por su mente pasó la idea de golpearla hasta destrozarle la cara, pero tenía una idea mejor.
Se levantó de su lugar llamando la atención de los presentes. Rindou pareció querer protestar pero no lo hizo cuando recibió una calida sonrisa por parte de Sarka.
—Ahora vuelvo —informó Sarka recibiendo un asentamiento y una sonrisa por parte de Ran.
Caminó hacia la planta baja donde se encontraba Koko.
—Señor Kokonoi —habló llegando hasta él.
—¿Sucede algo? —preguntó con el ceño algo fruncido.
—No, nada importante. Verá, ¿tiene... damas de compañía en este lugar? —preguntó tratando de sonar de lo más normal.
Koko frunció un poco más el ceño, pero después relajó la cara riendo levemente.
—Si, ¿necesita alguna? —preguntó con una sonrisa ladina.
—Dos en realidad —sonrió—. ¿Podría enviar a las mejores que tenga?, se lo agradecería mucho —pidió sin borrar aquella sonrisa.
