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La fría noche calaba los huesos de cualquiera por más abrigado que se encontrara. El frío era inconmensurable y probablemente comenzaría a nevar en el transcurso de lo que restaba de la noche o el inicio del nuevo día.
Aquel hombre de más de un metro con ochenta centímetros, descendió del auto mientras pasaba su mano derecha cubierta por un guante blanco sobre su cabello rubio en un intento de peinarlo aún más de lo que ya estaba, no quería que su madre lo viera de una menear no pulcra.
Se adentró en aquella casa donde nació y creció, recibiendo un atisbo de nostalgia en su corazón.
La casa estaba a oscuras, apenas habían algunos cuántos focos encendidos que le permitían muy poco el vislumbrar el camino, aunque no era como si lo necesitara; había vivido en aquella casa toda su vida y conocía prácticamente de memoria el lugar.
Los vagos ruidos de los empleados no llamaron su atención, yendo directamente hasta donde sus padres se encontraban.
Cruzó prácticamente toda la casa hasta salir al jardín, donde notó los pequeños copos de nieve que comenzaban a caer. Finalmente llegó hasta la mitad del jardín y se sentó frente a sus padres.
—Mamá, Papá —habló con una voz cargada de emociones que intentó mantener dentro de él, como siempre—. Lamento no haber venido antes, he estado muy ocupado —pasó una mano por su cabello nuevamente.
El frío comenzaba a intensificarse junto a la nieve que bajaba del cielo nocturno.
—Ha pasado mucho en estos meses. Ren se convirtió en padre hace algunas semanas, estoy seguro de que ya conocieron a la pequeña Sarka, ¿no es así? Tiene tus ojos, mamá. Tiene unos ojos de un color verde tan hermoso como el tuyo. Y bueno, Gavrel está enfocado en todas esas cosas del cine que desconozco —rió—. Hoy es nuestro cumpleaños número veinticinco, Ren está en Moscú, decidieron llevar a la pequeña Sarka para que conozca al abuelo Volkov, y Gavrel se encuentra en Miami en las grabaciones de una película o algo así —frunció el ceño.
La puerta del jardín se abrió ligeramente mostrando la figura de Serguéi, quien intentó pasar desapercibido pero no lo logró del todo.
Cuando el castaño se retiró, el joven continuó hablando.
—Mamá, el abuelo está empeorando cada vez más —murmuró—. Él había intentado seguir al pie de la organización, pero ha llegado a un límite. No creo que su corazón resista por más tiempo —su voz se apagó.
Un nudo comenzó a formarse en su garganta, sus mejillas pecosas estaban rojas, tal vez por el frío o tal vez por la tristeza que se acumulaba cada vez más desde que se bajó del auto.
—Él dijo que necesitaba un sucesor, como lo había estado sucediendo desde que somos unos niños. Pero ahora, cada vez que dice que su hora está cerca... no creo que sea una mentira —miró el suelo—. Ren y Gavrel tienen una vida... yo... simplemente existo. Mi única meta siempre fue hacerme cargo de la organización Volkov... y ahora es mía; el abuelo me declaró su sucesor hace un par de meses —rió sin gracia, acumulando y acumulando lo que realmente deseaba sacar de su interior.
