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PENSAR CON CALMA

Sentada bajo el árbol de ciprés, esperaba la respuesta de Marcos, mi pareja, que se había quedado pasmado, tal vez procesando mis palabras, o fingiendo que lo hacía.

Para ser sincera, no teníamos planeado un nuevo integrante en la familia, ambos éramos adictos al trabajo y amantes de nuestra libertad, y, aun así, en los momentos pasionales, enredados bajo sábanas de algodón, nos olvidábamos de todo; al menos para mí, no fue sorpresa mi embarazo y quiero creer que tampoco para él.

La espera comenzó a impacientarme, los nervios también se alborotaron, atacando con picazón en la punta de mi nariz. ¿Tendría que esperar hasta que la puesta de sol termine? No creo tener la paciencia que se requiere. Volviéndome a armar de valor, hablé con firmeza:

—Parece que la noticia fue más impactante de lo que preveía. ¿Necesitas tiempo para pensar? Ya sabes, lo que todos los protagonistas de esas películas estúpidas que te gustan dicen. —Lo último lo dije con sarcasmo impregnado de rabia.

La mirada perdida de Marcos por fin se centró en mí. Lo agotada que estaba me hizo dudar si fue buena idea ser tan pesada. Me lamenté por dentro.

—¿Piensas tenerlo? —preguntó con sequedad, como si se tratara de la despensa que se echó a perder en la nevera.

Estaba atónita. La culpa que sentí se esfumó y traté de convencerme que este hombre delante mío no era Marcos, sino un sustituto con la misma cara, pero de almas diferentes, porque, ahora mismo, le tenía pavor a aceptar que tan frías palabras podían salir del sujeto con el que había compartido más de trece años de mi vida. Fueron unos segundos de aturdimiento, no, de negación, cuando se acabaron, el enojo me invadió. Era una estufa encendida y el agua puesta a calentar no sólo hervía, sino también se consumía de tanta ira.

—¿De qué hablas? ¿Cómo que "piensas tenerlo"? ¡¿Acaso fui yo la única que provocó esto?!

Marcos se pasó la mano por los cabellos negros y volvió a desviar la mirada. Era suficiente, su falta de responsabilidad ya me había fastidiado. Metí devuelta a mi bolsa los libros de Historia, la cartera, la libreta y la caja de anteojos, la cerré de un tirón y me levanté casi de un salto. En mi cabeza había tres palabras escritas con rojo luminoso que decían: Sal de ahí.

Eran las seis de la tarde. El aire corría con fuerza por el fraccionamiento y justo en el área de juegos, donde estábamos, los pequeños árboles enfriaban mucho más la brisa. Un escalofrío me recorrió, poniendo mi piel de gallina y haciendo que me sacudiera por un cuarto de segundo, mientras me recuperaba, los enormes brazos de Marcos me rodearon y su cabeza la colocó sobre mi hombro.

—Perdóname, Mariana. —Su cálida voz provocó el mismo efecto que la corriente de aire—. Pero ponte en mi lugar, trata de hacerlo esta vez.

Me zafé de su agarre y lo encaré.

—¿Crees que eres el único confundido? No seas tan arrogante —dije encolerizada.

Él se limitó a sacudir la cabeza y soltar un suspiro profundo, casi creí que se quedaría sin aire en los pulmones. Apreté las correas de la bolsa con tanta fuerza que la yema de mis dedos emblanqueció. Me dolían sus acciones y, sobre todo, sus palabras, no esperaba gritos de regocijo, pero sí un poco de calidez, se trataba de nuestro hijo después de todo.

Marcos volvió a abrazarme, ejerciendo más presión que antes.

—Sé que parezco un idiota por hablarte así, pero debemos poner los pies sobre la tierra. —Alejó su cuerpo y me tomó de los hombros. Traté de mantener los ojos fijos en sus zapatos de vestir negros, pero él los buscaba con tanta insistencia que volví a fijarlos en su ya cansado rostro—. Estamos en el mejor momento de nuestras carreras; te acaban de dar una plaza en la universidad del Estado, y a mí en la de Derecho, oportunidades así no surgen dos veces en la vida, por eso debemos pensar con calma y darle solución a este contratiempo...

Las palabras se quedaron atoradas en mi garganta, transformándose en filosas cuchillas que comenzaron a desgarrar todo a su paso; mis ojos también ardían y, como si me hubieran sumergido en agua, todos los sonidos de mi alrededor fueron obstruidos. Entre mis pensamientos caóticos surgió el rostro de mamá: Ojos enternecidos y una sonrisa amplia. El recuerdo de su voz me reconfortó y también hizo que entendiera, muy a mi pesar, que arremeter contra Marcos desencadenaría más caos, así que lo mejor era postergar la continuidad de esta conversación, tal vez cuando ambos hayamos puesto sobre la mesa los pro y contras de seguir con el embarazo.

Quité sus manos de mis hombros.

—Como dijiste, debemos pensar con calma, aunque me da la impresión de que ya has tomado una decisión, y sólo esperas que coincida contigo para sentirte aliviado, ¿verdad? —Esto no era un ataque, sino dejar en claro lo que cada uno pensaba, él ya lo había hecho, ahora me tocaba a mí, así ambos teníamos qué pensar al respecto—. Muy bien. Ahora, quiero que tengas presente mi condición y luego escojas entre seguir o interrumpir el proceso.

Marcos iba a hablar cuando sonó mi teléfono, asustandonos. Registré el bolso y lo saqué, el nombre de papá iluminaba la pantalla. Contesté de inmediato.

—Mi amor, he tratado de comunicarme desde la mañana —dijo entre exhalaciones apresuradas—. Me hubiera gustado que esta llamada fuera para felicitarte, pero ha sucedido algo bastante complicado y debes de saberlo.

—¿Qué es? —pregunté disimulando mi nerviosismo.

—Tu hermano... Está en casa de arraigo.

El oxígeno que corría por mis venas se extinguió y la imagen del cielo azulado parecía caer sobre mí, al tiempo que montones de pensamientos me envolvían, formando una espiral oscura y tormentosa. Mi equilibrio se descompensó, asentando uno de mis pies detrás del otro para no caer. Los movimientos apresurados de Marcos, abrazando mi cintura y atrayéndome hacia sí, reconfortaron la determinación de mi ser.

¿Acaso lo que restaba del día podría empeorar?

Entre amargo y dulce es mi café (borrador)Where stories live. Discover now