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Algunos lugares y personajes son ficticios

SIN NOMBRE Y SIN ROSTRO

Terminando de decir que yo era culpable de las desgracias en la vida de Fabricio, Manuel me mostró la pantalla de su teléfono, un texto escrito por él ocupaba toda la pantalla: «Te siguen esos mamones y parece que también están escuchando nuestra conversación. En la habitación te dejé una mudada de ropa y pantuflas. Cámbiate. Tu ropa y zapatos serán guardados en mi coche hasta que acabemos de hablar. Sólo esta vez confía en mí, Mariana». No sé porqué, pero su mirada era transparente, haciéndome acceder, pese al miedo. Caminé en silencio y cerré la puerta con seguro, sobre la cama había un traje de futbolista tamaño XL y mis pantuflas de princesa que compré cuando estaba en la universidad, acostumbraba a dejarlas en casa de Manuel, ya que siempre llegaba a fastidiarlo. No importaba el lugar que fuera, íbamos juntos.

Metí mis cosas en una mochila que saqué del armario y salí, al verme me la arrebató, yéndose del apartamento. Mi corazón latía como loco y los sonidos se escuchaban lejanos, eso me asustó, un ataque de pánico antes de saber la identidad de los culpables no podía permitirlo. Gracias a Dios, Manuel regresó rápido. Se quedó recargado en la puerta.

—Esta vez te metiste en una grande, Marianita —suspiró.

—Yo no hice nada...

—¿En serio? Soy tu abogado y el de tu hermano, merezco saber la verdad.

Y la decía, mis intenciones para cualquier actividad eran las más puras y buenas del mundo, en especial cuando se trataba de apoyar a jóvenes de escasos recursos que buscaban superarse. ¿Está bien ignorarlos?, pensé. ¡No!, al menos no para mí. Me rasqué la cabeza mientras buscaba un sillón cercano.

—Yo... —Confiesa—. Inicié un programa llamado «Tú también puedes» bajo el seudónimo de Lila Martínez. Está enfocado a los jóvenes provenientes de rancherías y ejidos que quieran superarse.

—¿Escuelas?

—Sí...

Jugueteé mis dedos para evitar ver la expresión alarmada de Manuel.

—A ver... —Se acomodó cerca mío, pero a una distancia que aún me hacía sentir segura—. ¿Creaste una cadena de escuelas bajo la modalidad de ese programa sin molestarte en registrar?, ¿perdiste la cabeza? Te advirtieron mantener un perfil bajo, no que hicieras lo mismo que el profe José.

—¡Lo tengo! Son como talleres y lo dan diferentes maestras, ponte que son como los que tomamos para ingresar a la Normal, ¿te acuerdas?

—¡No es lo mismo! La situación actual es mucho peor que cuando teníamos a Gustavo Díaz Ordaz como presidente —dijo con dureza.

Su voz me golpeó, abollando el orgullo que me producía haber creado esas actividades, recursos y estrategias para la comprensión de contenidos específicos; no obstante, lo que más dolió fue entender que las palabras de Manuel culpándome por la miseria, que en realidad nos provocaban otros, no se trataron de una cruel broma.

Escuché los zapatos de Manuel desplazarse por toda la casa, unas veces más rápido que otras, hasta quedarse quieto. ¿También nos abandonará?, ¿el trato se cancelará?, ¿o aumentará la cifra de sus honorarios? Todas esas preguntas se clavaron como espinas, la profundidad de ellas dependía de lo grave que lo considerase. A esas alturas, sin él pedírmelo, sería capaz de arrodillarme e implorar, mi dignidad no importaba, si a cambio de esta podía sacar a Fabricio de la cárcel. Cuidadosamente me deslicé por el sillón hasta que mis rodillas tocaron la suave alfombra, busqué a Manuel, quien ya me observaba boquiabierto, se apresuró a levantarme, pero me rehusé a hacerlo. Ambos quedamos en la misma posición, de frente.

Entre amargo y dulce es mi café (borrador)Where stories live. Discover now