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UN CIELO LLENO DE FUEGOS ARTIFICIALES

Incluso el estilo de la cocina se veía hogareño, las paredes estaban tapizadas de madera, al igual que los muebles, hasta el horno fue escondido tras puertecitas del mismo material; no obstante, las encimeras y los tiradores de Neolith le daban un toque moderno.

Tal vez la madera le encantaba más de la cuenta.

Y en medio, la estufa, con las mismas características, donde yacíamos disfrutando de lo último del pastel.

—¿No es difícil?

—¿El qué?

Metí el último trozo de rebanada en mi boca. El sabor nunca dejaba nada que desear.

—Vivir con el sentimiento de felicidad a medias —contestó sin titubear.

La mano que aún sostenía el tenedor, tembló, produciendo varios «clinc» entre el choque de éste y mi plato.

Me imaginé alguna especie de halago después de explicar lo difícil que es llevar a cabo un movimiento estudiantil normalista, como muchas otras personas lo han hecho con cualquier tema relacionado al ámbito escolar, menos una observación muy personal, que tampoco entendía. Sonreí con timidez.

—¿A qué te refieres?

Mi voz tembló.

Como la vida de cualquiera he pasado por buenas y malas situaciones, nadie puede ser feliz todos los días, de hecho, ese sentimiento es bastante efímero y surge de pequeñas acciones o ciertos momentos, sólo es cuestión de prestar atención,  entenderlo y aceptarlo. Razón por la cual me tomaron desprevenida las palabras de Sergio y, al mismo tiempo, me hizo preguntármelo: ¿Mi felicidad nunca ha sido plena?

Sergio partió a la mitad lo restante de pastel en su plato y colocó un trozo en el mío.

—Cada que reanudábamos el tema de los jóvenes la emoción te invadía, no sólo en el timbre de tu voz, sino también en el brillo de tus ojos, Mariana —comenzó a explicar—, pero la objetividad que te forzaste a utilizar fue acabando con esa primera impresión. Tu cuerpo no miente. Y todo eso me permite llegar a la conclusión de que has vivido reprimiendo tus gustos. —Se cruzó de brazos y los recargó en la orilla de la mesa—. Ahora te pregunto: ¿Por qué lo permites?, ¿por qué prefieres mirar de lejos aquello que te apasiona y terminar en el conformismo?

Cada palabra hizo crecer el nudo en mi garganta y traer de vuelta mi vida universitaria...

Como cualquier estudiante, el primer día llegas aturdido y temeroso, más cuando vienes de un pueblo que está al otro extremo del Estado. Nadie puede prepárate para los nervios que vas a experimentar y el único escudo protector es fingir la sonrisa más amable del mundo, mientras buscas tu nuevo salón de clases. Éramos treinta compañeros, en el grupo de Historia, esperando como pollitos a su mamá gallina, mejor conocida como Comité Estudiantil de la Escuela Normal Superior. En ellos recaía la meca del poder después de dirección, estando de su lado podíamos obtener beneficios e información sobre las plazas, ¿y a quien no le parecería buena idea? Obvio a nadie de nuestra generación, por eso aceptamos ser parte de ellos y firmamos el reglamento que elaboraron mucho tiempo atrás.

La institución tenía el lema de «Sólo siendo conscientes puedo dar educación», y los muchachos se lo tomaban muy en serio, yo también lo hice. En mis quince años de estudio, fue la primera vez que sentí la adrenalina corroerme la sangre. Me sentí viva. Sin embargo, para el resto de mis compañeros les parecía que peleábamos por estupideces y al principio también lo creí. Con el tiempo, se volvieron audaces; preguntaban a más no poder sobre los beneficios de los movimientos y una vez teniendo los datos, decidían si se unían o aprovechaban las clases. Aun así, yo seguí siendo de apoyo, me gustaba formar parte de la banda movilizada, y a mi lado Manuel me resguardaba.

Entre amargo y dulce es mi café (borrador)Onde histórias criam vida. Descubra agora