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MÁS QUE UN ANHELO

Me costó concentrarme luego de tan desagradable encuentro, mi cabeza se dividió en dos, el de la profesora responsable y el de mujer preocupada.

Saqué mi teléfono, al tiempo que me sentaba en la banca de la parada de colectivo. Si mis cálculos no fallaban, la ruta 131 pasaría en quince o veinte minutos. Había tiempo. Le marqué a Manuel, respondió al tercer tono.

—¿Qué pasó? —preguntó tajante.

—¿Estás muy ocupado?

—Sí y estresado —respondió tratando de modular su voz.

Me rasqué la cabeza. ¿Era buena idea darle la importancia que quería esa perra? Obvio sí, porque Manuel había mencionado que en el bufete de la Ciudad de México aprendió mañas de las que no se sentía orgulloso, así que esa vieja no habló a lo loco. Chasqueé la lengua.

—Cuídate, güey. Mantén un ojo abierto. Siempre alerta.

—Ay, Mariana, sí que eres astuta. —se rio—. Dale, suéltalo.

Me aseguré de no ser observada por los transeúntes o cualquier prospecto sospechoso. Tomé aire.

—Chávez, la mujer del troglodita que lleva las riendas de JM, hizo un comentario pretencioso. —Limpié el sudor que descendía por mis sienes. Estaba lo que seguía de nerviosa—. ¿Para qué me hago pendeja? Fue una amenaza para ti, para todos. ¿Estás seguro de que no tienen nada que ver?

Suspiró.

—¿Qué te dijo exactamente?

Procedí a repetir las palabras de Maricruz copiando sus gestos y el matiz de su voz. Todo. Casi creí que me transformaría en ella. Manuel guardó silencio unos minutos luego de acabar mi desagradable discurso. Ese maldito silencio me dejó claro que tenían posibilidad, sin duda podían chingarse a Manuel, dejándonos como en un principio: Sin nada.

Comencé a tronarme los dedos, uno a uno producía un «crack», dejando un leve dolor articular. Al quedarme sin dedos por tronar, pasé a quitarme la piel interna de mi boca, la de mis mejillas, la de frente a mis dientes inferiores. Necesitaba calmar la desesperación que comenzó a arremolinarse en mi pecho. Necesitaba que las malas noticias nos abandonaran.

Otro suspiro al otro lado de la línea.

—Mariana, ¿confías en mí?

Asentí, pero recordé que no podía verme.

—Cada día.

—Si es así, despreocúpate. Ellos ya no pueden seguir haciéndonos daño.

*

Salí a la una y media de la facultad. Faltaban quince minutos para las tres y ni la ruta 131 ni la estrella roja pasaron. Acalorada, caminé sobre la acera rumbo a Plaza Cristal, tal vez con el tiempo que me tomaría llegar allá, mi mente se distraería, alejando la angustia que las palabras de Manuel no consiguieron.

Fui despacio, escuchando las alarmantes anécdotas de los transeúntes, la mayoría entre estudiantes de la UNACH y del Tecnológico, iban de rupturas amorosas, personas jactándose de ser las amantes de algún señor o señora, suscripciones de Only Fans de precios accesibles y otros no tanto, cortes de cabello mal hechos, que sí en la cafetería las vendedoras se pasaban de culeras con los precios, que sí la escuela en pleno siglo XXI aún no permitía a sus estudiantes vender, que sí sus vidas eran un asco, que sí... En fin, demasiadas frustraciones para quienes considerábamos el futuro del país.

Rodé los ojos. Yo era así, me la pasaba quejando todo el día, al pobre Manuel le tocó soportarme desde que nos hicimos mejores amigos, creo que fue a los doce, sí, durante el primer año de secundaria. ¿Cómo lo hizo? Quién sabe. Ni yo me hubiera soportado.

Entre amargo y dulce es mi café (borrador)Where stories live. Discover now