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SABANDIJA SIN ESCAPATORIA

Si a mi yo de hace un año le hubieran dicho que faltaba poco para que su matrimonio se terminara de romper, a lo mucho se habría reído, tirando al cesto de basura tan ridícula afirmación. Pero aquí estaba, acomodando de nuevo mi ropa en el destartalado armario de la casa que nunca dejé de rentar, a mi lado doña Margarita me ayudaba a limpiar el polvo acumulado.

Así como a veces Margarita era imprudente, de vez en cuando sabía guardar silencio, el problema era que no me apetecía esconderme en mis pensamientos. El rostro afligido de Marcos diciéndome que él se iría, pero que me negué en rotundo, y el enorme esfuerzo que puso al disimular calma cuando me trajo con mis pocas cosas se repetían en bucle. Forcé una sonrisa y dije: —Tal vez fui muy cruel.

El movimiento de la escoba entre sus manos blandiendo contra el piso se detuvo, sus grandes y bonitos ojos me miraron contrariados.

—Nada de eso. Fuiste su pilar por muchos años y en lugar de estar pendiente de las mínimas fisuras te dejó en abandono total. —Negó con indignación—. Hasta las casas que tienen hartos pilares se caen a pedazos sin el debido cuidado.

Incluso una semana era suficiente para hacer que el brillo de vida en el interior de una casa se viera opacado ante la ausencia. Sonreí menos apesadumbrada. A veces, no importa con la seguridad que tomes las decisiones, la validación que te puede dar alguien cercano aleja la sombra del remordimiento ocasionado por las consecuencias, sean muchas o apenas perceptibles.

*

Después de tomar una taza de café junto a Margarita y que se fuera, llamé a An para contarle lo sucedido, el grito eufórico al otro lado de la línea me lo vi venir, al igual que su ofrecimiento por acompañarme al Registro Civil para levantar el acta y se oficialice el divorcio. Quedamos de vernos en el estacionamiento de la facultad, a las doce en punto. Al principio me negué, ya que el nuevo horario que nos dieron volvió esporádicos los encuentros con An dentro de la escuela y debía recogerme pese a no tener clases ese día, a quien extrañamente le redujeron a la mitad sus horas de interinato. Mi mente maquiavélica culpó a la insaciable Maricruz, más no dije nada, para evitar posibles roces.

Mi huida de las instalaciones se vio interrumpida justamente por esa mujer insaciable. Me esperaba en el marco de la puerta del salón en el que impartía mi última clase del día, con mirada de gata agraviada; ante la presencia de los jóvenes tuve que reprimir el recelo que me provocaba su presencia. La saludé y me encaminé, no obstante, su mano rodeó mi antebrazo me detuvo, la penetré con la mirada y ella encajó sus uñas en respuesta. En silencio gritábamos el desprecio que nos profesábamos. No era momento de hacer espectáculos y dejar en mal mi nombre, así que cuando tiró de mí la seguí en silencio, adentrándonos a los cubículos de docencia, me zafé en cuanto cerró la puerta detrás mío, desterré la máscara de condescendencia.

—¿Ahora qué? —pregunté con acidez.

Maricruz se cruzó de brazos con el cuerpo recargado en la puerta. Llevaba un bonito pantalón de vestir holgado color negro y una blusa blanca de tirantes. Sacudió la cabeza, en un esfuerzo de contenerse, lo que me puso más a la defensiva.

—Qué suerte la mía —susurró.

—¿Perdón?

—El coordinador quiere que trabajemos juntas en ese puto proyecto —aclaró llena de fastidio. Señaló la carpeta sobre el escritorio que estaba a mi lado.

No necesitaba abrirlo para intuir de qué se trataba. Nuestra universidad desde hace diez años ha organizado un evento estatal de concursos enfocados a la Ingeniería y Arquitectura llamada Feria Intec —del 20 al 30 de junio—, se dividía en categorías para que los distintos niveles escolares pudieran sumarse y ganar los premios previamente discutidos por los organizadores; sin embargo, ni Maricruz ni yo pertenecíamos a esa rama, todo lo contrario. Tomé el folder y leí cada párrafo y el listado de los aspectos a tomar en cuenta dos, tres, incluso cinco veces para que me cayera el veinte de la horrible pendejada en la que el licenciado Arturo Camacho nos metió.

Entre amargo y dulce es mi café (borrador)Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora