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SENTIR

«Día 20 post pérdida», escribí en la pequeña libreta semanal que Rosaura, mi nueva psicóloga, me exigió llenar, era similar a un diario, al que tendríamos acceso ella y yo, y si la situación lo ameritaba, mi familia.

En un principio fue simple sugerencia del ginecólogo que me hizo el legrado, pero no creí que fuese necesario y los demás, al verme tan serena y activa como si nada malo pasó, coincidieron conmigo; sin embargo, una semana después de regresar a casa comencé a despertarme bañada en sudor, con temblores en todo el cuerpo y unas inmensas ganas de vomitar, lo que me obligó a permanecer en vela durante casi diez días. En sí no era temor a la oscuridad, sino que cada noche se repetía la misma pesadilla: el cuerpo de mi bebé siendo despedazado por lobos hambrientos.

El recuerdo me erizó los vellos del cuerpo, sacudí la cabeza. Me centré en plasmar la bonita escena familiar en el horizonte del parque, al que insistió papá que fuéramos; él y An bailaban, junto a varias parejas de viejitos, alrededor del kiosko, en este un grupo cantaba acompañado del bonito sonido de la marimba. Sonreí llena de regocijo, pero el sentimiento se extinguió rápido.

La voz en mi cabeza me recalcaba no ser digna de emociones bonitas, en su lugar debía seguir con el luto de la criatura que asesiné. Las tripas se me atenazaron. Me quería ir.

«No. Carga con el peso», volvió a gritarme esa chillona voz.

Manuel, que estaba a mi lado, de pie, disfrutando del espectáculo, en una de esas miraditas rápidas que solía darme seguro notó mi incomodidad, ya que me quitó la capucha del suéter y ajustó mejor el cierre.

—Hace frío.

Asentí y seguí escribiendo.

Ya no le tenía miedo, de hecho, la confianza comenzó aflorar otra vez después de lo ocurrido en su departamento, la forma tan ágil de correr para ayudarme, los desvelos por cuidarme y ese trato tan dulce que me dió; no cualquiera se sacrifica sin esperar nada a cambio. Ya no era el degenerado, ahora era un amigo fiel. Los esfuerzos puestos en revisar las pruebas a favor y en contra de Fabricio una por una también jugaron a su favor, porque quiera que no se me apachurró el corazón de sólo verlo y, aunque me ofrecí ayudarlo —más en los días que no podía dormir— él dijo que estaba bien, mejor dicho, el ultimátum que le dio mi papá fue mantenerme al margen de la investigación, con la finalidad de que me recuperara y tuviera la mayor de la calma en mi día a día.

¿Y qué con esos papeles misteriosos? Pues ellos sabrán. Cumplí con pedirle a Manuel que fuera por ellos a Tuxtla Chico, pero lo demás es clasificado, ni siquiera me dijeron si mi hipótesis era correcta o no, pese a estarles rogando por horas. ¿Logré la paz con sus métodos? La verdad es que no, todo lo contrario, me sentía encerrada en una caja negra, que conforme los minutos avanzaban empequeñecía hasta el punto del asfixia; en esto contribuía los grandes ratos a solas en completo silencio, donde mi mente rota aprovechaba a martirizarme y hacerme entender que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde, trayendo culpa por las tantas veces que me quejé de la nula tranquilidad en mi día a día desde la detención de Fabricio, sin detenerme a pensar en las noches que disfruté de apapachar a mi monstuito con caricias, canciones o anécdotas de mi niñez.

Taché el «post pérdida» y en su lugar escribí «de reconstrucción».

Volví alzar la vista, la zona estaba el doble de llena, el ambiente pachanguero destilaba hasta en las personas que yacían sentadas observando el espectáculo, algunos jóvenes se paseaban y gritaban vitoreando a los artistas, los vendedores ambulantes sonrían y observaban a sus posibles clientes con gran ilusión. Todo bien, hasta que, cerca de An me topé con una silueta muy familiar, era Marcos con sus típicos trajes formales, sólo que esta vez llevaba el cabello revuelto y unas gafas cuadradas que le daban aspecto de intelectual, aunque sin ellas y con un discurso, indudablemente todos pensarían lo mismo. Dejé salir un largo suspiro. Era de humanos admitir que ese nuevo toque desaliñado le quedaba muy bien, incluso parecía alguien más sencillo y humilde, lo que me enfurecía porque mi enojo hacia él parecía tener fecha de caducidad.

Entre amargo y dulce es mi café (borrador)Where stories live. Discover now