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LA BIENVENIDA AL INEVITABLE CICLO DEL MALESTAR

Habían pasado tres semanas luego de esa madrugada fría y desolada. Durante ese tiempo descubrí que después de la tormenta no siempre te esperaba un arcoíris, a veces era un chubasco u otra tormenta de mayor magnitud. Conmigo sucedieron ambas.

Esa noche Marcos no regresó. Nos vimos hasta la tarde. Traté de mantenerme serena para que la conversación fluyera y no se viera obstruida por emociones impacientes; sin embargo, mis esfuerzos se fueron al drenaje cuando mencionó la fiesta del bufete JM. Sospecha y afirmación tienen significados distintos, así mismo ocurría con las emociones que cada una evocaría. Desilusión. Eso sentí. Fue entonces que saqué mi bravura y lo encaré, y su respuesta me destruyó más.

—¡Es suficiente! —Golpeó el vidrio de la mesa al tiempo que se levantaba—. ¡Sólo escúchate, Mariana!, estás cegada por el odio que le tienes a la esposa de mi colega. No todo en esta vida es competencia tras competencia, entiéndelo. Y sí, debí decirte lo de la basificación y mi lugar en la universidad, pero, demonios, sabía que pasaría esto. Por favor. Mariana. ¡Mariana, mírame!

No lo hice. Me quedé atenta al dobladillo de su traje gris con estampado de cuadros. Era consciente de mi debilidad ante él, si veía aquellos ojos chispeantes de los que me enamoré podría corromper mi visión, mi ideología, mi vida misma. Cerré las manos en puños cuando volvió a golpear la mesa, el choque del hierro contra el cristal me estremeció. Marcos resopló.

—¡Puta madre! Está bien... —Se hablaba a sí mismo, lo sabía, buscaba retomar el control de sus emociones y mantener la impulsividad a raya—. Sólo está vez. Ignóralo por esta única vez, te prometo que no lo volveré hacer. Por favor, Mariana.

—Haz lo que quieras, sólo limítate a no meterme a mí ni a mi familia en tu porquería. —También me levanté—. ¿«No lo volveré hacer»?, ¿en serio no lo harás? —me burlé y sonreí mostrando los dientes—. Cuando te atreves a cruzar el límite es imposible volver y fingir que nunca lo has hecho. Tú lo sabes, yo lo sé: esta no será la última vez. Niégalo, no me importa. Sólo acuérdate de esta pobre pendeja, que confió en la rectitud en la que siempre habías trabajado, cuando lo vuelvas hacer.

Nadie dijo más. Desde ese día no hablamos y nos evitamos. Él llegaba en la madrugada y dormía en la habitación de abajo, y yo seguí la misma rutina de siempre: atiborrarme de trabajo, comer en el mini restaurante cercano a la universidad, insistir en el teléfono a mi papá esperando buenas noticias y regresando a casa donde permanecía encerrada en la habitación principal, ya sea llorando o maldiciendo.

El asunto de mi hermano marchaba bien, según mi papá; sin embargo, los pocos detalles que lograba sacarle a punta de cucharadas me hacía dudar. ¿Por qué no me contaba más?, ¿por qué repite lo mismo en cada llamada?, ¿por qué no me deja ir un fin de semana ayudarlo?, ¿por qué, ¿por qué, ¿por qué...?

También me había comenzado a preparar para el examen de plazas docentes donde me volvería a postular. Sí, cometí el gravísimo error de dejarme influenciar por Marcos y renunciar, pero al final fui yo la que tomó la decisión y era yo la que cargaría con la responsabilidad. Los libros que mis papás me habían regalado eran delgados y bastante digeribles, en mis correos viejos seguía el material que una compañera de mi mamá me envió. Estaba segura de acreditar el examen. Aunque, en lo más recóndito de mi corazón, estaba cohibida, ver compañeros de mi generación con ventaja sobre mí, en cuanto antigüedad y privilegio, era como una bofetada en la cara, igual a la que recibí. Já. Sobre eso y los moretones, igualmente pude resolverlo sola, porque de Marcos sólo obtuve algunos minutos, previos a la pelea, de preocupación acompañada de maldiciones y amenazas de lo que le haría al atacante, pura palabrería. Al final fue Juanma quien me asesoró para levantar la denuncia.

Cada que veía luz al final del túnel, una tonelada de piedras se desperdigaban y formaban un muro, el cual debía escalar. Estaba empezando acostumbrarme a ese extraño silencio, extraño porque había mucho ruido en mi interior, de ese que no puedes callar y te atormenta, cuando las nauseas comunes en mi estado saludaron, dándome la bienvenida al inevitable ciclo de malestar.

Justo ahí, calificando los ensayos de mis estudiantes me vino un fuerte mareo y la segregación excesiva de saliva. Me recosté en el respaldo de la silla y miré el techo blancuzco del cubículo, en el centro estaba la pequeña lámpara apagada, tenía el tamaño de una manzana. No sé cuánto tiempo me quedé así, perdida en la nada, por fin mi mente estaba en blanco, me sentí liviana, en eso un toc toc rompió las vibras del ambiente. Era Anabel, la única colega que consideraba amiga. Le hice de señas para que entrara.

Se veía distinta, más feliz, más joven. Llevaba mayón negro y blusón entre rosa y melón, sus tacones compartían las mismas tonalidades y el moño sujeto a su cabello castaño también. Siempre elegante sin necesidad de usar joyería.

Hello. Mírate nadamas, qué chulada de mujer. —Se lanzó a mis brazos en cuanto me puse de pie—. La vista en el castillo de Nottingham podrá ser hermosa, pero nada se compara con mis raíces dónde estás tú, Mariana.

—Siempre tan linda, An —dije divertida, separándome del acogedor abrazo—. ¿Cuándo volviste?

—Tiene como tres horas que llegué al Aeropuerto. Nomas entré a dejar mis maletas y te vine a buscar.

—¿Y eso?

—Estaba preocupada. —Acunó mi rostro entre sus manos y lo movió a su antojo—. No es normal que ignores mis mensajes. ¿Estás enferma? Te ves pálida.

Negué con la cabeza. Estaba nerviosa, no le había contado nada: ni lo del embarazo ni el altercado, mucho menos la pelea con Marcos. Me removí incómoda.

—¿Tan mal la pasaste sin mí?

—Muy mal —admití.

Alzó las cejas, se parecían a la cuerda tensa del arco, y su boca formó una o. De seguro se preguntaba si había escuchado bien, si me había vuelto loca, entre otras alucinantes posibilidades; era entendible, hasta ese entonces la positiva entre las dos era yo, sí, a pesar de la seriedad en mi cara, y nunca fui tan transparente como lo estaba siendo en ese momento. Y después del asombro, llegó la inquietud.

Lamenté marchitar su sonrisa y el brillo travieso de sus ojos, y la idea de agobiarla con mis problemas era vergonzoso, pero tampoco tenía con quien mas desahogarme, ya no había nadie más que considerara amiga. Enterré la cabeza en su pecho, era unos centímetros más alta que yo, y me aferré a su cuerpo, temblando.

—Siento que cada día mis pies se acercan a una fosa oscura —susurré casi sin aliento.

—¡Epa! Ni se te ocurra, chula. —Hizo que me enderezara y acomodó los mechones sueltos de mi coleta, tenía una sonrisa amable, compasiva—. Vamos a tomar algo y platicamos, ¿sí? Escoge el lugar que más te guste, yo invito.

Ni siquiera había terminado de hablar An cuando su nombre y el lugar donde trabajaba aparecieron en mi mente. Sergio. Ilsaeng.

Entre amargo y dulce es mi café (borrador)حيث تعيش القصص. اكتشف الآن