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UNA PLÁTICA PENDIENTE

Le di el último sorbo a mi malteada de chocolate y seguí revisando las invitaciones en la laptop de los diferentes centros educativos que asistirán al auditorio, además de redactar la lista final de los aperitivos para la ocasión, que afortunadamente aceptó preparar Sergio. Frente a mí, yacía Maricruz igual de concentrada con su teléfono y la pequeña agenda que llevaba a todos lados. La noche nos abrazaba, asimismo el cansancio.

El mismo martes que tuvimos la conversación sobre arriesgarnos con el proyecto, Maricruz se acercó a los demás organizadores para exponerles el plan, desafortunadamente ellos prefirieron mantenerse al margen. Al otro día entendimos por qué. Arturo nos reunió en su oficina, allí habló de una compensación monetaria —sin incluir el apoyo que daba la universidad para llevar a cabo la realización del evento, y que obvio se iban a repartir—, a la que todos tendríamos acceso una vez firmáramos un acuerdo de confidencialidad donde aceptábamos lanzar al precipicio la reputación de la facultad de Ciencias Sociales y Humanidades. La cantidad era atractiva e igual rechazamos el ofrecimiento.

Quedamos solas, sin respaldo de nuestra facultad y sin dinero, pero llenas de energía para sacar adelante el proyecto. Por eso, decidimos ocupar todo el tiempo extra disponible en busca de soluciones. El transcurso fue tedioso, en especial por la envergadura de la colaboración que debíamos tener. Las primeras estrategias fallaron, tardamos en encontrar el método que nos favorecía, pero una vez lo tuvimos claro nos fuimos como gorda en tobogán.

La agresiva forma en que cerró su agenda Maricruz me sobresaltó. Tenía el ceño fruncido antes de echar la cabeza hacia atrás, se veía agotada. Llevaba toda la semana tratando de contactar al patrocinador principal.

—¿Nada? —pregunté cautelosa.

Negó con la cabeza. Volvió a tomar la posición de antes y fijó la mirada en mí.

—¿Y si me ayudas yendo a buscarlo?

—¿Yo? —La miré extrañada—. Tú deberías, eres con quien hizo el trato.

Recargó los codos en la mesa y se acercó, quedando apenas sentada en la orilla de su silla.

—Pasa que no puedo presentarme de la nada, y acoplarme al horario de su secretario es imposible por Mauricio, no tengo con quién dejarlo —confesó bastante apenada—. Te aseguro que si esto nos hubiera pasado antes del nacimiento de mi hijo ya lo habría resuelto.

El semblante en su rostro evidenciaba la falta de mala intención de sus palabras, pero cada una de ellas se transformó en la aspa de una revolvedora de graba atravesando mi cuerpo, inclemente y mordaz.

Le dediqué una sonrisa a medias, amarga en el fondo.

Junto a Rosaura he podido calmar la envidia que me daba ser testigo de la felicidad de otras mujeres, ya fuera embarazadas o de la mano de sus hijos. Mi tranquilidad mental también lo exigía. Aun así, cada día el choque de emociones producto de tales escenarios me dejaba en claro que el proceso sería muy largo y extenuante.

Con la sensación de incomodidad en mi pecho y mi cabeza embotada de pensamientos absurdos me removí en el asiento y evité todo contacto visual. Verme vulnerable ante alguien que me detestaba podía ser desfavorable. De soslayo noté los movimientos impacientes de las manos de Maricruz, sin ser consciente ejercía presión en mi respuesta como posible solución a su problema, la cual era clara.

—Me esforzaré —dije al fin—. Envíame su contacto e información personal a mi chat. ¿Te parece encargarte de las cotizaciones que tengo pendientes por hacer?

—¡Por supuesto!

El inesperado cambio de roles nos hizo permanecer hasta la hora de cierre de la Michoacana a fin de despejar todas las dudas posibles sobre lo que estuvimos haciendo. Y así concluyó el quincuagésimo séptimo encuentro en horas extraescolares.

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⏰ Last updated: May 12 ⏰

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Entre amargo y dulce es mi café (borrador)Where stories live. Discover now