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LIRIO FLAMINGO DORADO

Sobre la cama se hallaba mi maleta con una montaña de ropa dentro, parecía ser mucha, pero, quizá, había tres o cuatro mudadas, sólo no estaban dobladas. En el suelo había ropa esparcida, la pisaba cada vez que cruzaba al pasillo de la habitación principal por otro poco más. Todo era un caos, mi mente divagaba y mis manos no se coordinaban, temblaban, incrementando el desastre. A lo lejos oía la voz de Marcos, quién sabe de qué hablaba, pero su expresión compungida me permitía imaginarlo. Odiaba eso, no necesitaba su lástima.

Tratando de volverme más rápida, di el paso sin notar la esquina de la cama, tropecé y caí. Salvo unos rasguños, no me lastimé, pero sí me re-conecté con la realidad, los sonidos se hicieron más fuertes y por fin entendí las palabras vacías de Marcos.

—Ves, dije que te calmaras y no escuchas —dijo, sentándome en la cama—. Es suficiente. Te daré un calmante y dormirás, mañana veremos qué hacer.

Reí, incrédula.

No me quedaría a esperar. Aunque mi padre haya dicho que lo hiciera, ya me había decidido a tomar la última corrida de autobuses, además, hacerlo sería una tortura. Necesitaba ver a Fabricio, asegurarme que no le hayan hecho nada esos malnacidos policías y apoyar con la recolección de pruebas.

Volví a ponerme de pie, pero Marcos me obligó a sentarme.

—No estoy bromeando.

—Ni yo —dije—. Mi decisión está tomada. Voy a ir y no necesitas acompañarme, no te sientas obligado.

Acunó mi rostro entre sus manos y, decidido, rozó mis labios con los suyos; esa era su forma de calmarme.

—Entiendo la desesperación que sientes, pero me niego a seguirte cuando estás tomando decisiones desde tu dolor. Esa no eres tú y lo sabes, también sabes que la mejor manera de ayudar a tu familia es desde aquí. —Acarició la melena esponjada sobre mi cabeza y volvió a besarme—. Ya hablé con mis colegas, aceptaron revisar el caso y mantenerme al tanto de todo con antelación, eso nos ayudará a prepararnos ante cualquier situación, ya sea buena o mala. No desesperes, negrita, todo saldrá bien, verás que todo fue un malentendido. Mírame. Somos un equipo, estaré contigo en todo momento y en cualquier lugar, siempre y cuando seamos sensatos, Mariana.

¿Por qué siempre tenía la razón? ¿Y desde cuándo comenzó a irritarme que la tuviera?, me pregunté. Quité sus manos de mi cara sin decir nada, frente a nuestra habitación, había otra, entré en ella y cerré la puerta con seguro, luego me acosté sin encender la luz. Las cortinas gruesas evitaban que las farolas de afuera arruinaran el ambiente penumbroso, lo que me permitió, por fin, desahogarme.

Mientras lloraba, recordé los buenos momentos con mi familia, en especial los que pasé junto a Fabricio; fuimos uña y mugre. Él era el bondadoso y noble, mientras yo, la enojona y mandona. Conforme la felicidad en mis memorias crecía, el dolor y la tristeza hacían lo mismo; el remordimiento de haberme ido también comenzaba hacerse un hueco en mi corazón, hundiéndome más en la miseria. ¿Le hicimos daño a alguien para ser castigados así? ¿Por qué nosotros? ¿Por qué mi hermano y no yo? Oh, ya sé: porque mi debilidad era él, lo único que quedaba del hogar armonioso que fuimos. Abracé la almohada.

No sé cuánto tiempo me tomó dormir, pero a la mañana siguiente, mi cuerpo entero dolía. No había descansado. Y tampoco podía seguir acostada en la cama, tenía que arreglar el tiradero de ropa, así mismo, preparar mi hoja de cambio a Tapachula porque debo ser sensata. Corrí las cortinas de manta. La luz del sol era imperceptible, sólo los reflectores blancuzcos de los postes iluminaban la calle, algunos vecinos estaban yéndose a sus trabajos o dejando a sus hijos a las escuelas. Llamó mi atención Matilda, la señora que vivía justo frente a nuestra casa, iba saliendo con su bebé en una cangurera, dos maletas a los costados y su hijo mayor la seguía con lágrimas en los ojos, el semblante de ella era hosco y turbulento. Otra pelea, pensé. Recuerdo que en el pasado eran una pareja carismática, siempre irradiaban felicidad; la envidia de muchos por acá. Supongo que, al igual que Marcos, el señor Octavio no estuvo de acuerdo con tener hijos, más guardó silencio, y cuando ya no pudo más disimular su apatía, explotó. Abrí el vidrio y salí de la habitación. No quería adelantarme, suponiendo que ese sería el final de mi matrimonio.

Entre amargo y dulce es mi café (borrador)Where stories live. Discover now