13

36 11 34
                                    

MENTIROSA

El sabor del pastel de tres leches hacía saltar al pequeño monstruito en mi vientre. Le encantaba lo dulce.

An se fue luego de tomar una taza de café porque su mamá le habló con urgencia, no dio muchos detalles, más que la fiesta se había descontrolado. Pude haberme ido con ella, pero el antojo fue más canijo, así que prometió recogerme después de las siete de la noche.

Ahora estaba allí, saboreando el pastel y observando a Sergio que seguía con esa pareja de comensales con quienes lo encontramos a nuestra llegada. Solo se separó de ellos para llevarnos a una mesa. Cada que volteaba a verme sonreía, agitando mi pulso; sin embargo, la desilusión, al imaginar un reencuentro lleno de atenciones como cuando nos conocimos, hería y acrecentaba la soledad en mi alma. No obstante, la culpa también me invadió. Llevaba cinco meses sin tratar de arreglar las cosas con Marcos, incluso comenzábamos acostumbrarnos a la ausencia del otro, prefiriendo postergar una conversación incómoda por miedo al impacto que tendría en nuestro futuro; y allí estaba, en busca de una cueva donde me sintiera en paz, a gusto.

Tal sensación amargó el sorbo que le di al capuchino de vainilla.

Si bien prometí ser el pilar en la familia después de que mamá falleciera, la situación actual me estaba rebasando, de hecho, me atrevía a decir que hasta una estatua de acero se doblegaría estando en mi lugar.

Amaba con locura a Marcos y su ausencia me estaba matando en silencio. Pero así como lo amaba también comenzaba a resentirlo, porque era yo la que siempre cedía, la ansiosa en cada pelea, la patética por no poder vivir sin él y porque parecía no ser tan importante para él como lo era para mí. Día a día me preguntaba si estuvo mal reclamarle en vez de tratar de entenderlo, si hacer lo correcto valía suficiente para sacrificar mi matrimonio, si sería capaz de ignorar lo que hizo a cambio de volver a sentir su amor. Ese amor ardiente que me hacía vibrar a cada instante. Ese amor lleno de regalos y sorpresas. Ese amor sellado por caricias y besos. Ese amor que detenía el tiempo cuando la pasábamos juntos. Ese amor mágico colmado de él, de su olor, de esos ojos centelleantes llenos de deseo, de esas manos cálidas y de esos labios listos para devorarme entera. Si mi monstruito no existiera, ya habría regresado a rastras tras Marcos, pero el anhelo por criar a ese bebé con valores e integridad me frenaba, dejando una única opción: que él renuncie a todos los beneficios que obtuvo a través de tratos deshonestos.

La tristeza se desbordó en forma de lágrimas.

Odiaba llorar en público, lucir débil y que los demás sientan pena por mí. Enterré el rostro entre mis manos y limpié llena de rabia las gotas que descendían de mis mejillas, pero cada vez caían más y más, volviéndose inútil querer detenerlas. Se lo debía a mi monstruito.

Mientras acariciaba mi vientre medio riendo medio llorando sentí la calidez de unas manos sobre mis hombros. Tragué en seco.

—¿Qué pasó?, ¿se siente mal otra vez?

El aliento de Sergio sacudió levemente los mechones que caían sobre mi frente. Era tibio y olía a café. Y ante mis ojos sólo había un conjunto de manchas acuosas sin forma, que Sergio despejó acariciando mis párpados con sus suaves pulgares.

—No es nada. Estoy bien —mentí.

—¿Llorar es sinónimo de estar bien?

Se sentó a mi lado buscando mis ojos, curioso. Igual que la primera vez. En la mano llevaba un pañuelo, con el cual limpió cada lágrima escurridiza, haciendo que mi corazón diera un vuelco y, al mismo tiempo, la sensación de alivio comenzara a llenarme. En medio del océano de desgracias en el que se había convertido mi vida, ese momento fue como un salvavidas, del cual anhelaba aferrarme; sin embargo, las ilusiones se desvanecían más rápido que la azúcar en el café.

Entre amargo y dulce es mi café (borrador)Where stories live. Discover now