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O NIÑA

—También quiero que te encargues de mi divorcio —le dije a Manuel, sin atreverme a entrar en su apartamento—, tus honorarios deberían cubrirlo, ¿verdad?

—Qué astuta.

Ese día me desperté pasadas las once de la mañana, parecía que a mi cuerpo le pasó un camión encima y las náuseas matutinas terminaron de arruinar el poco buen humor que tenía. Hice limpieza acompañada de cumbias y una que otra de reggaeton viejito, durante ese tiempo mi cabeza no paró de idear mis próximos movimientos: Conseguir algún trabajo extra, investigar dónde comenzó a ir todo mal y asegurarme de mantener lejos a Marcos, al menos en lo que nacía nuestro hijo, porque privarlo de su paternidad era demasiado cruel, aunque tampoco tenía fe de que se involucrara tanto en su crianza.

Terminando mi qué hacer, llamé a An para ofrecerle mi más profunda y sincera disculpa por lo ocurrido la noche anterior, anexando la interacción que tuve con Sergio y el enfrentamiento entre Marcos y nosotros; como esperaba, lloró de risa. No era secreto que detestaba a Marcos, la personalidad de ambos no encajaba, similar al agua y aceite, a veces me veía en la obligación de conversar con ella unas horas antes de cualquier encuentro donde estuviera él y aun así, lanzaba comentarios que sólo entre nosotros entendíamos o reía para ella misma, supongo que imaginándose millones de escenarios en los cuales asesinaba y descuartizaba a mi futuro ex esposo. Entre la plática surgió el tema del divorcio y ella me sugirió que Manuel se hiciera cargo, así me evitaba desgastarme en buscar a alguien más, motivo por el cual estaba ahí, parada en el umbral del apartamento de Manuel y con enormes ganas de salir corriendo.

Recargué mi espalda en el marco de la puerta.

—¿No vas a pasar? —preguntó, sin verdadero interés.

—No. Te escucho desde aquí.

Me pasó un banco de la isla y desapareció entre una de las habitaciones. Lo acomodé y me senté. La nueva residencia de Manuel se encontraba ubicada en la entrada de Tuxtla, la que venía desde Arriaga. Como en Chiapas no existían leyes que protegieran viviendas como esas, me pareció una apuesta arriesgada, lo único bueno era que se encontraba en la parte baja y no tuve que subir escaleras. El monstruito ya pesaba.

A mi lado había un mueble de metal donde dejé mi bolsol, todo lo demás también estaba hecho del mismo material, un contraste que me hizo recordar a Sergio. Sacudí la cabeza. Dejé mi bolso y moví las piernas, nerviosa. Enfrente, la sala, un conjunto de muebles negros hechos de cuero regenerado, una pantalla 8K y debajo una alfombra de peluche también oscura; más atrás se apreciaba la cocina y el comedor, la isla al fondo, al igual que los cuartos. El negro en serio combinaba muy bien con lo plateado y este lugar era prueba suficiente.

Al salir, Manuel traía consigo un folder beige y presionaba constantemente el botón de su lapicero.

—¿Se casaron por bienes mancomunados o separados? —su voz se tornó monótona.

—Mancomunados.

Negó con la cabeza.

—Conociendo a Marcos dudo que te la ponga fácil. Es un perro cuando se trata de dinero.

Mentiría si dijera que no dolieron sus palabras. Para mi yo de hace seis meses, Marcos era bondadoso y sencillo, pero ahora sentía vergüenza de haber concebido tales pensamientos.

—Entonces, específica que no me interesa nada de lo que tiene, así no podrá hacerse güey.

—¿Y qué vas hacer cuando se lleve lo que con tanto esfuerzo lograste?

—No me importa.

Manuel se detuvo y frunció el ceño, acomodó la carpeta en el mueble, cerca del bolso.

Entre amargo y dulce es mi café (borrador)Where stories live. Discover now