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SESIÓN

—¿Aún crees que él tuvo la culpa de lo que te pasó?

Me quedé sin palabras ante la pregunta inesperada de Rosaura. Con cada encuentro se volvía evidente su insistencia por sacarme de mi zona de confort y, pese a sentirme más realista con mi situación actual, tocar el tema de él me seguía pareciendo difícil.

Claro que lo culpé, me atrevo a decir que incluso lo aborrecí. El simple hecho de recordar su rostro o las vivencias juntos me descompensó tanto que el deseo de hacerle daño fue insoportable. Odié su indiferencia ante la vida que crecía en mi vientre. Odié sus silencios al tratar el tema de mi hermano. Odié su ausencia. Odié su falta de amor. Odié no escucharlo cuando necesité ayuda para calmar mis aflicciones. Y me terminé odiando por no poder odiarlo realmente. Así que me dediqué a sacar a colación todas sus faltas, a fin de encontrar suficientes motivos que no me hicieran sentir vacía al poner distancia y que, del mismo modo, me ayudara a seguir en pie. Después de todo, alguien alguna vez dijo: el odio es una buena fuente de energía cuando ya no se tiene esperanza, pero, recuerda, el precio a pagar es la soledad que terminará por marchitarte.

Sin embargo, el aborto de mi bebé me abrió los ojos. La vida era en extremo corta para llenarme de sentimientos negativos. Entonces, ¿lo seguía culpando de todo lo que pasé? No. Ya no.

—Los dos fuimos responsables —respondí luego de un rato.

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Entre amargo y dulce es mi café (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora