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LOS SOCIOS DE MARCOS

Durante todo el camino An iba expectante, esperando una explicación de lo ocurrido en la cafetería, ya que Sergio salió a trompicones detrás mío para entregarme su tarjeta de presentación, pero no dije nada, me limité a mirar por la ventanilla y soltar suspiros que empañaron el vidrio.

No hubo tanto tráfico como de costumbre, permitiéndonos llegar en una hora al fraccionamiento. Antes de bajar del auto, An me jaló del brazo.

—Si te hizo algo ese cabrón sólo dímelo, lo pondré de patitas en la calle —dijo entre dientes, conteniendo la rabia reverberante en sus ojos grises.

Le dediqué una sonrisa y me despedí con un beso, pese a insistir en dejarme en la entrada de mi casa. Necesitaba pensar. Los guardias de la entrada me saludaron y desearon un buen descanso, sin imaginarse que llevaba días sin poder pegar un ojo. Les agradecí y seguí de largo.

El frío viento arremolinó los pequeños árboles y arbustos que adornaban cada casa, incluso mi cabello y los dobleces del abrigo; sin embargo, lo que más quería que arrastrara muy lejos de mí ni siquiera lo tocó. Esas emociones seguían gestado en mi interior como una enfermedad desconocida, a la que mi sistema inmune temía y sin mucho esfuerzo me hacían sentir como la mujer más horrible del mundo. Critiqué y amedrenté las acciones de Marcos que iban en contra de mis principios y ahora era yo la que cometía faltas a estos mismos. Y no es que me retracte de la postura que tomé, sólo siento una losa en la espalda que llevaré hasta el fin de mis días, porque, aunque Sergio y yo no nos hayamos besado, deseé que sucediera y eso me convirtió en una mujer perdida, infiel. Me rodeé con los brazos, tratando de reconfortarme.

Mientras me acercaba a la casa, el escándalo y la música de Joan Sebastián se escuchaban más fuerte. Desde la partida de Matilda y sus hijos, el señor Octavio se hundió en fiestas y alcohol, todo al interior de su casa. Al principio fueron eventos modestos en total soledad, con el paso del tiempo, o tal vez se debió a las nuevas amistades, esas reuniones se volvieron caóticas y molestas para los demás vecinos, a tal grado que alguno de ellos llamó a la policía, en vano, porque no había delito en tanto el alboroto fuera dentro del recinto y lo único hacer era pedirle que el volumen de sus bocinas disminuyera. Muy distinto a lo que mis ojos veían esa noche: Sobre el capó del auto estaban dos mujeres semidesnudas acostadas y en el techo, don Octavio y otro sujeto, igual, sólo llevaban la ropa interior puesta; los cuatro sostenían una botella de Corona, la cual degustaban por pocos.

Antes de acercarme más busqué mis llaves en las bolsas del palazzo, tratando de evitar cualquier tipo de incidente. Con ellas también saqué mi teléfono. Tenía diez llamadas perdidas de Marcos, dos mensajes de papá, veinte llamadas de An y tres mensajes de Juanma. La imagen de Fabricio tras las rejas tomó color en mi memoria, impulsándome a abrir los mensajes como si la vida dependiera de ello.

—*—

Lic. Juan Manuel 🍀

Buenas tardes, señora Mariana, disculpe que la moleste, pero no creo ser capaz de decírselo mirándola a los ojos.

Como le mencioné hace tiempo, este hueso es duro de roer y, aunque traté, no puedo hacer más por su hermano, señora.

Lo único que todavía puedo hacer por usted es darle una sugerencia: Déjese ayudar por los socios del licenciado Serrano. Son los únicos con contactos suficientes para sacar de ahí al joven Fabricio.

¿Qué? No, espera. ¿Qué te hizo cambiar de parecer?

¿Los socios de Marcos? ¿Él te está obligando a escribirme estas cosas?

Entre amargo y dulce es mi café (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora