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LOS RECUERDOS QUE NOS UNÍAN

—¿Segura que no quieres que vaya contigo? —preguntó An inclinada sobre el asiento del copiloto y con una mano sobre el volante.

En la acera estaba yo, cerrando la puerta del carro.

Llegamos una hora antes de lo acordado con Manuel, de esa manera podía escoger la mesa más céntrica del lugar, o una que estuviera rodeada de mucha gente, porque, si era sincera conmigo misma, tenía miedo, pese al esfuerzo sobrehumano que hice para convencerme de que su traición fue lo verdaderamente terrible de aquella situación.

El rostro desencajado de Manuel mientras se echaba encima de mí, como perro en celo, era mi peor pesadilla.

Me enderecé y le dediqué una mueca a An, que en los sueños más locos podría considerarse una sonrisa. Ya había hecho suficiente por mí, así que su insistencia a veces me abrumaba o hacía sentir mal.

—No te preocupes. Yo te llamo.

Ella asintió de mala gana y arrancó hasta perderse entre las calles. Giré sobre mis pies, quedando de frente al lugar, intimidada por su aura autoritaria.

El restaurante estaba bardeado por paredes blancas y justo en medio de la que daba a la avenida había una puerta de metal color gris; la entrada al disfrute. Desde donde me encontraba parada se apreciaba el rótulo «Otilia» sobrepuesto en lo que parecía una buhardilla construida sobre las instalaciones, el nombre reflejaba la luz de los postes, dejando claro que se construyó con metal o algún material similar, pero lo que más llamó mi atención fue la flor, atravesada por cuatro dagas que formaron un copo de nieve en su interior, dentro de la «O».

Una paradoja muy afín a mi situación actual, pensé.

Antes de cruzar la acera, me acomodé los cabellos que se empeñaban en escaparse de la cola de caballo y ajusté la alargada pretina de mis pantalones. Las prendas hechas para mujeres embarazadas seguían pareciéndome incómodas.

Tras tocar dos veces, una joven de cabello chino abrió, su sonrisa y forma tan amable de atender me dejó más tranquila, mis manos pararon de sudar, al igual que el hormigueo en la cabeza, permitiéndome contemplar el sitio: El restaurante yacía en medio del pastizal, las paredes de cristal fueron reforzadas con concreto oscuro que cubría la mitad de estas, alrededor colocaron plantas, respetando cierta distancia entre cada una y sobre mi cabeza había un techado de madera barnizada y segmentada, recargada en barras de metal a juego con las paredes, encima de este parecía haber una lona que no dejaba pasar los rayos del sol con fuerza a través de esas rendijas, la tonalidad era cremosa, seguro en las tardes transmitían calidez.

Volví la vista al escuchar el carraspeó de la muchacha. Bajo el brazo extrajo una carpeta oscura.

—Señora, ¿tiene reservación?

La pregunta me tomó por sorpresa.

—¿Se debía hacer reservación?

—Sí... —titubeó. Le dio un vistazo a mi protuberante vientre —. Pero creo que hay mesas disponibles todavía. Déjeme revisar.

Detrás de sus jeans sacó un Walkie talkie, del cual solicitó el dato y efectivamente todavía había lugares. Me condujo por el camino de cemento pulido fraccionado hasta las puertas de vidrio.

Entre amargo y dulce es mi café (borrador)Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang