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DINERO, PERRO Y PAN

—Esto es grande —dijo Juanma soltando exhalaciones apresuradas al otro lado de la línea.

—¿A qué te refieres? No entiendo.

—Lo de su hermano.

Me quedé quieta en medio de la acera. Estaba regresando del parque de mi pueblo y la luna era mi única compañía, aunque también planeaba abandonarme, el cielo se estaba nublando.

Después de la plática tan extensa que tuve con An decidí irme una semana para ayudar en el caso de Fabricio, como nunca había solicitado ningún permiso en la facultad me lo extendieron casi en el momento. Sabía la negativa que tendría papá, por eso llegué de sorpresa, tampoco le avisé nada a Marcos, después de todo seguíamos en lo mismo; me sumía en el cansancio luego de las jornadas tan extenuantes a las que me forzaba, que ya no sabía si volvía a casa o se quedaba en algún otro lugar, menos aún revisaba la habitación de abajo ni para hacer aseo.

Al principio papá se molestó, pero no tardó en quebrarse ante la situación y, muy después, alegrarse un poco al ver mi vientre hinchado. Como me temía, nada estaba resultando, la situación era complicada. Ciertamente debíamos recaudar pruebas que avalaran la inocencia de Fabricio y las había, lo incongruente era que no nos quería recibir ningún abogado para su representación, sólo decían que debíamos esperar, cuando íbamos a los despachos, o no respondían las llamadas. Incluso con la ayuda de mi tío Ramiro, esposo de una hermana de mamá, con bastantes contactos en el mundo de leyes seguían cerrándonos las puertas. Hubo uno, ya bastante mayor, que me recibió luego de conversar con Ramiro, pensé que para pedirme el expediente, pero fue para advertir que nadie tomaría el caso. Sus palabras fueron contundentes como un asesino precipitándose a la yugular de la víctima: «lo que voy a decir debes retenerlo en esa cabecita necia que tienes, ¿estamos? Con dinero baila el perro y por pan, si se lo das. Ahora vete».

No era babosa, desde que me contó papá las excusas de los primeros abogados que aceptaron ayudarnos tuve la sospecha, pero ese hombre me lo había confirmado y, aún así, necesitaba que alguien confiable me lo dijera. No sé, tal vez buscaba aferrarme a alguna posibilidad de que fueran meras coincidencias, por eso acudí a Juanma.

—¿Me escucha, señora Mariana?, ¿señora Mariana? —preguntó aturdido.

Sacudí la cabeza y seguí avanzando, disimulando el temblor de mi cuerpo.

—Sí, aquí sigo...

—Bien. —Escuché como volvió a inhalar y exhalar, ambos teníamos los nervios a flor de piel—. Estuve investigando y sí, al parecer hay alguien con mucho dinero moviendo los hilos en este caso. Las declaraciones de los padres y niños encajan espeluznantemente bien como si la hubieran practicado; además, las fotos que presentaron del salón de clases de su hermano son tan diferentes a las que ustedes mostraron. Le sugiero que hable con Marcos y busquen alguien de aquí, seguir allá no servirá de nada: o los tienen amenazados o les ofrecieron dinero.

Mi corazón se hundió, tuve que sentarme en el borde del jardinero de algún residente. Respirar se volvió doloroso, sentía unas largas cuchillas clavando y descendiendo por la tráquea. Me estremecí y sollocé.

—¿No puedes ayudarnos tú? —pregunté después de un tiempo, cuando ya me había tranquilizado.

—Señora Mariana, perdón que me meta en lo que no me llaman, pero ¿no habrá ninguna posibilidad para que el licenciado y usted hablen?

—No, Juanma, no la hay. —Volví a retomar mi camino—. ¿Puedes ayudarnos?

—Sí, señora, me haré cargo y le estaré notificando de todo.

Entre amargo y dulce es mi café (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora