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A USTED NO LE GUSTA COMER SOLA

La oficina de Marcos estaba localizada en el centro, a dos cuadras del parque. Era modesta y poco llamativa, de hecho, parecía un almacén, lo único destacable eran los escritorios y libreros hechos de caoba.

Entré sin tocar, encontrando a Juan Manuel, otro abogado que le hacía más de asistente, sentado detrás de una mesa semicircular con tubulares en el medio y a los lados, ubicada cerca de la entrada, con un plato hondo de plástico en una mano y, en la otra, un tenedor. Saludé inclinando la cabeza, al estilo asiático. Después de unos segundos me animé a preguntar por mi esposo.

—¡Oh! El licenciado avisó que no vendría hoy. Dijo estar ocupado, pero no explicó en qué —dijo nervioso.

Me quedé en silencio, mirando el regordete rostro del muchacho. El coraje en la escuela y la recién noticia calaron en mí con un fuerte dolor de cabeza, descompensándome. Casi caigo de no ser por las fuertes manos de Juanma, como le llamaba yo.

En medio del enorme local había una mini-sala: dos sillones separados por una mesita con cubierta de vidrio, sostenida por una base de polígonos entrelazados. Juanma me dejó descansar allí.

Tocó mi frente, afligido, luego mis mejillas y acomodó mi cabello oscuro sostenido por una coleta. Me reconfortó su preocupación. ¿Cuándo fue la última vez que alguien tuvo tantas atenciones hacia mí? Cierto, esa mañana Marcos dejó impecable la casa; sin embargo, tal gesto quedó opacado por la sarta de mentiras de las que apenas me estaba enterando. Agité ambas manos, indicando la mejora en mi estado.

—Gracias, Juanma —dije—, y perdón por causarte molestias.

—No se preocupe, señora, con todo lo que está pasando es natural la fatiga.

Al ser la mano derecha de Marcos, bueno, la única mano, sabía de los problemas personales respecto a lo jurídico, aunque no dudaba que supiera más de lo que a mí me gustaría. Forcé una media sonrisa. No quería romperme por eso cambié de tema: le pregunté cómo le estaba yendo junto a mi esposo y si no se había arrepentido de seguirlo luego de abandonar las oficinas de Secretaría. Respondió diligentemente a todo, sin cuestionar mi repentina curiosidad. No me aburrí de escucharlo, al contrario, fue entretenido, su voz seguía conservando matices adolescentes y, alrededor de sus ojos negros, unas líneas se pronunciaban cada que sonreía.

Entonces, cambié el tema de forma abrupta.

—¿A qué hora sale del trabajo mi esposo normalmente? —pregunté nerviosa.

Sí, me asustaba la respuesta, pero lo que más me aterraba era la prolongación de esta mala racha en mi vida.

—A las dos en punto, señora, incluso antes en algunas ocasiones; aunque me extraña la pregunta porque el licenciado dice que a usted no le gusta comer sola.

Mi corazón dio un vuelco y lo sentí desolado, vacío, casi muerto. El aire también se me escapaba, como las ilusiones y el anhelo.

Fruncí el ceño, tragándome lágrimas que comenzaban a formarse, y me removí en el asiento, disimulando lo abatida que me sentía.

—¿Qué tiene que ver lo mío con su hora de salida?

—Pues... —La incertidumbre en sus ojos era lo que necesitaba; dejé caer el velo del que tanto me aferraba—. Salía a esa hora para acompañarla, señora.

Sentí alivio al confirmar su ignorancia sobre las mentiras y mañas de Marcos. Volví a fingir una sonrisa, menguando el destello de aflicción en los ojos de Juanma. Le agradecí por su tiempo y pedí que avisara de mi visita, luego abandoné el lugar cabizbaja.

Afuera tomé una gran bocanada de aire. Ya no quería llorar más, estaba harta de parecer una Magdalena, debía volver a sujetar las riendas de mi vida por el bien del bebé. Acaricié mi protuberante vientre con la mayor de la ternura. Por él, y el bien de su futuro, esperaría la explicación de Marcos, no deseaba que mi hijo creciera sin padre, pero era difícil perdonar tanto secretismo y ambiciones que iban en contra de mis valores e ideales.

Entre amargo y dulce es mi café (borrador)Where stories live. Discover now