28

23 7 21
                                    

TE QUIERO...

Marcos estaba bajando del carro cuando llegué, consigo llevaba un par de bolsas del supermercado, una más llena que la otra. En su serio semblante destilaba el cansancio que evocaba trabajar con jóvenes universitarios inquietos y llenos de ganas de comerse al mundo, no parecía, pero te chupaban la energía. Me acerqué ayudarlo, le quité la bolsa con menos cosas, lo había tomado con la guardia baja porque dio un respingo al sentir el tirón en su mano. La forma en que sus gestos se suavizaron y sus ojos se llenaron de dulzura al encontrarse con los míos llenó mi estómago de acidez por la culpa. Desvié mi atención a limpiar la pelusa en su saco.

—Creí que hoy saldrías temprano —dijo caminando hacia la puerta.

Lo seguí de cerca. Al abrir me hizo espacio para pasar y luego presionó el botón de las llaves del carro para que se activara el seguro. Tenía los nervios a flor de piel, mis pensamientos se amasaron en mi cabeza con tantas dudas y preocupaciones que ya no quedaba espacio para fingir ante Marcos, mucho menos en la comida que me hubiese gustado preparar. Entre los dos vaciamos las bolsas; los gabinetes, estantes y el refrigerador quedaron a tope, sólo faltó el frutero que lucía algunas manzanas opacas. Sobre la mesa dejé tres huevos. Hoy tocaría una comida ligera.

Por sorpresa, Marcos se agachó a sacar un sartén y deslizarse entre la estufa y yo, avisando que él se haría cargo.

—Yo puedo —le espeté.

—Te ves cansada. Deja que me encargue.

Sin darle más vueltas me fui a sentar al sillón, de paso encendí la televisión para continuar con los infortunios en la serie de Rebelde way, a la cual ni atención le presté. Mi cabeza seguía empecinada en reprocharme la cobardía que me carcomía al tratarse de Sergio y Marcos, de hacerme ver lo que mi indecisión estaba ocasionándole a los dos hombres. Bajé la mirada a mis manos, que descansaban sobre mi regazo, sintiéndome avergonzada.

A Marcos le di mi esencia, todo cuanto pude y él nunca se cansó de tomar sin ofrecer nada a cambio porque, de hecho, para mí no era necesario. Tenerlo me hacía feliz, disfrutar de la tibieza de su cuerpo, de sus caricias, de su amor poco perceptible en acciones, pero que sabía que existía; sin embargo, el tiempo generaba estragos, la rutina mezclada con peleas pequeñas, y muy raras veces algunas subidas de tono, nos fueron alejando a pasos de tortuga. Me faltarían dedos para contar las veces que rechazó mis besos, abrazos, hasta las ganas de hacerle el amor. Todo se hacía cuando él quería. Las veces que me tragué mis preguntas por sus regresos a altas horas de la noche, por la comida que compró en lugar de volver temprano a probar lo que con tanto esmero hice, por no poder tocar su teléfono, por no poder acompañarlo a las reuniones que organizaban entre colegas una vez que dejó atrás el querer formar parte del Partido Revolucionario Institucional, por tanto y más... Y aún así lo seguí queriendo. Mi corazón se apretujaba al verlo, al sentirlo, al recibir la mínima muestra de afecto, lo que me terminaba encerrando en la amargura de saber que merezco más, muchísimo más.

Las sesiones con Rosaura aligeraron el peso de mis tormentos, dando cabida al sentimiento de alivio por la partida de mi hijito. Ese bebé merecía un hogar colmado de amor, no el de ruinas que le ofrecía; lo que también me hizo concluir con que no era justo alargar mi tortura. El amor al no ser cuidado por ambas partes se volvía una tela endeble que, por lo regular, aquel que sentía más la estiraba hasta que terminaban rompiéndose y lo único que quedaba eran los bordes, trozos irreconocibles de lo que en algún momento fue lo más precioso y preciado del mundo.

La voz de Marcos llamándome me sacó de mi ensimismamiento. Me detuve al verlo servir los vasos de agua de limón sobrante.

Por supuesto que se estaba esforzando, sus remordimientos sobre la vida que pudimos tener, de no ser por su hambre de poder, de seguro no lo dejaban ni respirar. En cambio, yo no soltaba esa parte de mi vida porque significaba dejar ir en serio esa calidez en mi vientre al recordar a mi monstuito, la ilusión de que todavía podré tenerlo entre mis brazos para disfrutarlo a plenitud. Marcos era ese puente.

Entre amargo y dulce es mi café (borrador)Where stories live. Discover now