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MI ANCLA

Mi boda con Marcos fue un evento sencillo, el juez y unas quince personas a parte de nosotros, algo privado y bonito. Tanto la familia de él como la mía querían que también lleváramos a cabo la ceremonia religiosa, a lo que nos negamos de inmediato, y no es que Marcos no quisiera, sólo respetaba mi voluntad. Tiempo atrás, en los primeros años de relación, le conté que el valor y el respeto que le tenía a las bodas religiosas iban más allá de lo comprensible —un tributo para mi bella madre que nos dejó demasiado pronto—, por eso propuse hacerlo en nuestro décimo aniversario. Al principio lo tomó a broma, pero cada que salía el tema obtenía la misma respuesta, haciéndose a la idea de forma inconsciente.

Debido a la insistencia de Marcos por quererme en casa para disfrutarme, su propuesta de renunciar a mi plaza, ya que el bufete donde trabajaba le pagaba generosamente, y el agrio sabor que me dejó el incidente en Palenque, terminé por tomarle la palabra. Ese año estudié la licenciatura de Lengua y Literatura Hispanoamericana en línea los fines de semana, un curso intensivo de doce horas los dos días. Disfruté mucho ese tiempo conmigo misma y con mi marido; sin embargo, no todo podía ir viento en popa. A Marcos se le metió la idea de poner su propio despacho de la mano de Juan Manuel, su subordinado, en vísperas de mi cumpleaños. Me opuse, por supuesto, planteándole la situación general y la mía en particular, igual no lo frenó a tomar una decisión precipitada esperanzado del apoyo de sus padres que al final no le dieron, lo cual arrastró a mi papá para no sucumbir en la incertidumbre de un futuro incierto. Un año bello con desenlace escabroso. Fue así como entendí las palabras de mamá sobre no depender de un hombre y labrar mi camino cerca del suyo; el futuro era desconocido y dar por hecho que estaríamos siempre juntos era una tontería. Lo único bueno de todo esto se vio reflejado en el carácter de Marcos, dejó la impulsividad y comenzó a meditar para tomar cualquier decisión.

En el tiempo que Marcos estuvo a la deriva, me dediqué a dejar mi curriculum en diferentes escuelas privadas que tuvieran nivel medio superior. Al cabo de unas semanas de ir al Centro Educativo Rafael Tamayo me contactaron para pactar una entrevista, en ella me pidieron dar una clase muestra que al parecer les gustó porque no dejaron pasar muchos días para enviarme un correo indicando la fecha en la que comenzaría mis labores y demás rubros que debía cumplir. No sólo el ambiente, sino también la vestimenta en las instalaciones fue distinta. Cada docente se mezclaba con los de su área: si eran de jardín de infantes con los jardín de infantes, si eran de preparatoria con los de preparatoria, y así respectivamente. Los nuevos tenían que ganarse el espacio para convivir con ellos; casi se parecía a un escenario de película donde el plebeyo que logra subir de estatus es rechazado por la burguesía, más o menos así se desarrolló mi conflicto hacia los demás.

Descargué mi enojo, que solían provocar los comentarios o acciones de esos docentes mamones, en elaborar clases novedosas e ir moldeando las herramientas tecnológicas a mi gusto. Aunque he de admitir que el desempeño de los jovencitos era envidiable, de hecho, llegué a pensar que me esforzaba en balde.

No hablar con nadie en tu centro de trabajo suele traer ciertas desventajas, en mi caso fue enterarme de situaciones fuera de tiempo. Gracias a un atascón de puerta de baño supe que la profesora Roberta Carbajal, de unos cincuenta y cinco años, presentó su carta de renuncia, alegando que había llegado la hora de descansar junto a su marido; formaba parte de los docentes de mi área, impartía Español y Formación Ética y Ciudadana, dos asignaturas debido al derecho de antigüedad. Gracias a su salida entendí cómo funcionaban los ascensos y beneficios en ese colegio. Todos estábamos inscritos en un escalafón según el nivel que impartíamos, es decir, existían seis de estos. Los de mayor antigüedad estaban arriba, si en dado caso dos de ellos tenían lo mismo, entonces los directivos revisaban sus grados de estudio y así decidir. El ganador, en esta ocasión, fue Mariano Coronado, profesor de matemáticas y ahora de FEYC; aun así, seguía una vacante disponible. Ya sea por prestigio o buena suerte, a la semana apareció una jovencita de cabello lacio y unos enormes y bonitos ojos color miel, de piel canela, un poco más clara que la mía, y una figura envidiable; portaba el uniforme, sólo que la mascada en lugar de ser roja le pegaba al naranja, volviéndose el centro de atención y no de la sana.

Entre amargo y dulce es mi café (borrador)Where stories live. Discover now