Capítulo 25_ Tormenta.

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Si Aemond había asegurado que la tormenta no se desataría, había fallado completamente en ello.

Luego de sobrevolar por un largo tiempo en las alturas, el viento sopló con más insistencia y los relámpagos no tardaron de iluminar el cielo. En un principio las gotas fueron pequeñas y en poca cantidad pero luego eran tan copiosas que ambos terminaron totalmente empapados.
Y los rayos cayendo a su alrededor se tornaron peligrosos.

Todo ésto se sumaba al intenso frío. El viento los rasgaba, e incluso vistiendo capas de ropa abrigada, el frío de alguna manera se las arregló para entrar. Esto se vio empeorado por el hecho de que estaban mojados.  Ni siquiera el cálido cuerpo de Aemond pegado al suyo pudo disipar el frío.

Un pequeño espasmo la envolvió y el príncipe tuvo que reprimir una maldición. Se había equivocado estúpidamente al decir que no llovería.

No sólo había hecho que Héoleth se mojara de pies a cabeza, sino que la estaba exponiendo a una muerte segura si un rayo los golpeaba.

Tiró de las riendas, girando a Vhagar hacia la tierra. Estaban demasiado lejos de la fortaleza roja, pero había recordado un sitio seguro en el que podría resguardar no sólo a Héoleth, sino a Vhagar. No tenían otra opción que pasar la tarde en aquella pequeña cabaña en las afueras del reino hasta que la tormenta amenguara.

Hace algunos años él y Aegon habían construido la pequeña choza de madera al descubrir una cueva en dónde sus dragones cabían perfectamente. Y aunque sólo la utilizaban cuándo querían desaparecer por un tiempo de sus tareas de príncipes, ahora mismo era perfecto para darle calidez y refugio a la princesa.

Héoleth observó, aunque con dificultad por la gran cortina de agua que caía, cómo la enorme bestia aterrizaba cerca de la entrada de una gran cueva.

Dónde sea que estaban, no había indicios de vida humana. Salvo por aquella rústica cabaña camuflada por árboles y demás flora.

Estuvo por preguntarle al príncipe dónde se encontraban, cuándo las manos de él se enredaron en  su cintura para desatarla de la silla de montar y la ayudó a descender.

Respiró con alivio por estar de vuelta en la tierra. Minutos después ambos corrieron hacia la casilla, a la vez que Vhagar ingresaba a la cueva luego de recibir la orden de su jinete.

—¿Aemond dónde estamos? —preguntó al observar el oscuro, mohoso y nada acogedor interior de la cabaña.  Había una cama rellena de paja en el centro, un pequeño mueble con restos de botellas de vino vacías, dos copas, monticulos de leña y una chimenea.

Nada más.

Él se acercó a ella y con rapidez le quitó el empapado abrigo de los hombros. Ambos estaban mojados, siendo Héoleth la única que tiritaba.

—Primero hay que hacerte entrar en calor. Volveré enseguida con una antorcha para encender la chimenea. Necesitas quitarte ésa maldita cosa. —dijo él refiriéndose al vestido.

—Pero... —no pudo replicar más, ya que el príncipe había desaparecido por la entrada dejándola allí en medio de la lúgubre cabaña, temblando de frío.

Estaba congelada, lo último que quería hacer en ése momento era moverse de su lugar, pero tenía que hacerlo. Respiró hondo para darse ánimos y se encaminó cerca de la improvisada cama para empezar a desvestirse.

Con manos temblorosas aflojó los cordones que pasaban por los ojales delanteros del vestido y lo dejó caer al suelo quedándose solo con las enaguas y ropa interior. Ahora venía la tediosa tarea de desprenderse del enorme e incómodo cinturón que ceñía su cintura. Su madre había insistido tanto en que lo llevara por encima de la túnica  para "conseguir una cintura más atractiva y realzar el seno"

𝕽𝖊𝖉 𝕮𝖗𝖔𝖜 || Aemond Targaryen (EDITANDO)Where stories live. Discover now