Capítulo 29_ Lo único verdadero.

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Héoleth salió corriendo del jardín y Madroc gruñó al ver de nuevo cómo se escabullía sin decirle nada. Quizás, si el guardia fuera igual de joven que ella lograría atraparla cada vez que se escapaba de su vista. Pero era un hombre adulto con problemas de dolor en las articulaciones de sus rodillas, luego de muchas batallas y luchas. Ahora era más lento que en su juventud.

Por más que gritó su nombre con autoridad, la princesa no se detuvo. Y no lo haría, dejarlo atrás era su cometido. Si quería ver a Aemond no podría hacerlo con él de testigo.

Héoleth corrió lo más rápido que pudo cruzando los pasillos, con la falda recogida en un intento de alejarse lo más posible del castillo (y de sus guardias)

Una vez afuera, luego de correr por un largo rato, logrando perder de vista a los dos hombres y lejos de las miradas de los curiosos, observó a su alrededor en busca de algún indicio de Aemond o algo característico de él.

Podía sentir los gruñidos de Vhagar a lo lejos, pero no había indicios de la figura del príncipe. Por más que buscó y miró a su alrededor no pudo encontrarlo.

Sabía que lo que estaba haciendo no era lo correcto; había dejado a Madroc a sus espaldas y no se había preocupado ni un momento en la amenaza de su madre. Entendía que no podía alejarse del castillo ni por minuto sin estar acompañada de sus guardias, pero en aquel momento simplemente obedeció a lo que su ser anhelaba.

Y no le importaba otra cosa.

Se estaba impacientando. Realmente había esperado poder encontrarlo sin dificultades, pero no fue así. Bufó pero su gesto fue cortado por los sonidos de unos pasos resueltos y ligeros desde atrás que la alertaron.

Héoleth se dio la vuelta, preguntándose quién más podría estar allí, agazapado en la oscuridad. Si algunos de los cotillas del castillo la pillaba buscando al príncipe con ésa euforia, eso sólo significaría sería avivar los rumores ya esparcidos. Y no estaba dispuesta a darles ése lujo.

Caminó más deprisa dispuesta a salir de aquel lúgubre pasillo, hasta que una sombra oscura emergió de la nada, detrás de ella. Inmediatamente le tapó la boca con la mano.

Héoleth tanteó, asustada tratando de librarse del agarre, pero entonces su captor la arrastró a un rincón oscuro y la volteó con brusquedad, de modo que su cuerpo quedó acorralado entre la pared y quién la sostenía.

La expresión de susto de la princesa se transformó en una sonrisa de alivio al reconocerlo. Aemond estaba completamente cubierto en un tapado oscuro, con la tela cubriendo su rostro casi en totalidad.

—Odio que hagas eso. — bufó y golpeó su hombro sin llegar a hacerle daño. Ya era común del príncipe sorprenderla de ésa manera y cada vez lo detestaba más. Sin embargo, la expresión Aemond era seria. —¿Qu... —quiso preguntar que sucedía, pero él posó la palma de su mano sobre su boca y presionó. Ella abrió los ojos sorprendida por la interrupción. Aemond se llevó un dedo sobre los labios, exigiéndole silencio.

Cerca de allí se pudieron escuchar los pesados pasos de alguien acercándose. Ambos permanecieron en silencio en lo que un guardia pasaba cerca de ellos sin llegar a verlos. Era un alivio... Al cabo de uno minutos los sonidos del soldado fueron cada vez más lejanos hasta que por fin se perdieron.

Aemond apartó entonces su mano y alzó una ceja al mismo tiempo que Héoleth le rodeaba con fuerza la cintura con los brazos y hundía la cara en su cuello. Imprevisible. Casi al instante él hizo lo mismo y la abrazó, con fuerza, enlazando los dedos en su espalda.

—¿Te encuentras bien? —susurró contra su pelo y se deleitó con el aroma a rosas que éste desprendía.

—Desapareciste. —afirmó Héoleth abrazándolo más. Aliviada por la sensación de cercanía y de seguridad. Por primera vez en los últimos días, no se sintió oprimida por la soledad. Eso pareció ablandar un poco el duro rostro del príncipe.

𝕽𝖊𝖉 𝕮𝖗𝖔𝖜 || Aemond Targaryen (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora