Capítulo 33_ Ojos violetas.

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Aquel era el día en que el palacio recibiría a sus nuevos invitados. El castillo rebosaba de actividad, tanta que había sido todo un martirio compartir el desayuno con la familia real.
La reina Alicent junto a sus hijos, a excepción de Helaena, habían optado por no participar de éste por todos los detalles que tenían que inspeccionar antes de la inminente llegada.

Así que al mediodía, como era lo más razonable, los reyes Midthunder habían optado por llamar a sus hijos a su cuarto y ordenaron un ligero almuerzo. Se sentaron en la mesa, y pasaron el tiempo hablando sobre los nuevos acontecimientos.

Héoleth, sin embargo había estado de lo más callada. La comida estaba exquisita, pero la princesa estaba disfrutándola tanto como si estuviera comiendo carbón. Jugueteaba con la carne y la verdura en su plato, sin siquiera prestar atención a la conversación que Emeth y sus padres mantenían.

Su mente aún divagaba en lo ocurrido la noche anterior con el joven de ojos violetas, y de Aemond en la Calle de Seda hablando junto a ésa extraña figura.

Si no fuese por su torpeza y la intromisión de aquel cotilla, ahora mismo tendría las respuestas a las preguntas que tanto la atormentaban.

Debería haberlo golpeado más duro... pero qué más daba.

Segundos después, se abrieron las puertas del comedor para dar paso a una sirvienta del castillo con una bandeja plateada en mano.

—Majestades. —saludó cabizbaja haciendo una reverencia. —Princesa Héoleth, le han enviado ésto.

Su cejas se fruncieron pero era muy consciente de lo que aquella bandeja contenía. Asintió a la joven y no le pasó por alto la mirada interrogante presente en los ojos de su madre, ni el gesto divertido que cubría el rostro de Emeth conforme la sirvienta dejaba la bandeja repleta con pastelillos de mora frente a ella.

Los había estado recibiendo en su cuarto todos los días y a cada hora desde la "discusión" que tuvo con Aemond aquella noche en su habitación. Sabía que eran enviados por él.

Pero justo ahora no se les apetecía.

—Oh, que agradable. —comentó la reina con voz susurrante y persuasiva. —¿De quién es el curioso detalle?

—No tiene tarjeta, majestad. —farfulló la sirvienta y antes de que la mujer siga con su interrogatorio salió cómo una exhalación de la habitación.

La reina pareció extrañada y Héoleth tuvo que actuar lo más desinteresada posible.

Pero al mirar al frente se encontró con la mirada cómplice de su hermano. Por supuesto, el sabía quién era el que se los enviaba. Y el muy tonto no disimulaba ni un poco, ni siquiera con sus padres presentes. El sonido de su burlona risa fue suficiente para que ella no dudara en patearlo con fuerza por debajo de la mesa. Emeth que bebía de su copa, no evitó escupir su bebida y atragantarse con ella por el duro golpe.

Pero eso tan sólo logró que la mirada dudosa de la mujer se marcara más.

—Son de Helaena. Ambas tenemos una fascinación por éstos pastelillos, madre. —replicó con tono apresurado pero respetuoso antes de que la reina volviera a preguntar sobre el tema.

Vio que la mujer parecía debatirse momentáneamente con las palabras que quería decir, pero al final se suavizaron sus ojos azules y asintió casi imperceptiblemente.

Cuando la mirada interrogante de su madre se despegó de ella, decidió que había otro tema suficientemente importante para iniciar una conversación menos incómoda.

Era sobre un tema que la tuvo también en vilo, y del que deseaba saber más.

Se giró para observar a su padre sentado en el extremo de la mesa. El soberano comía en silencio mientras estudiaba insistentemente unos pergaminos en su mano. Al final, ella no pudo resistir la tentación de indagar:

𝕽𝖊𝖉 𝕮𝖗𝖔𝖜 || Aemond Targaryen (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora