Capítulo 38. _Llamas verdes.

658 56 18
                                    

A lomos de Tessarion ambos príncipes volaron por largo tiempo hasta que Daeron, consciente que su dragona necesitaba descansar decidió aterrizar. En las alturas pudo divisar un bosque y un río cerca y sin más aterrizó en la cornisa de un acantilado.

—¿Estás bien? —indagó girándose hacia Héoleth aún sobre su silla de montar.

Los labios de la princesa temblaron pero no dijo una palabra.

Una enorme urgencia por escapar de la realidad la golpeó y sin esperar que Daeron bajara de Tessarion comenzó a descender y huyó por un sendero, mientras sentía los gritos del príncipe a en su espalda. Pero no estaba dispuesta a detenerse. Quería estar un momento a solas.

Se dirigió hacia el un río que había divisado mientras volaban. Se detuvo después de un tiempo cuando el camino se hizo oscuro, como si formara parte del escenario de un relato de terror.

Cansada, observó la vegetación frente suyo y el agua del río fluir a escasos metros.

Entonces, como pequeños flashes los recuerdos de Aemond inundaron su mente. Aquel bosque, aquel follaje le recordaban tanto a aquella caballa en donde se había entregado a él por primera vez.

Surgió un recuerdo de él a su lado, abrazándola por la espalda. Hablándole de dragones salvajes, y todo su cuerpo se contrajo en un espasmo.

Amar a Aemond había cambiado su vida de muchas maneras. Ella le había dado su corazón y luego él se lo había llevado. El azul de su zafiro brilló en su mente mientras miraba hacia el río.

Dirigió su mirada hacia el acantilado allí cerca. Sería fácil correr y dejarse caer por él. Al fin y al cabo había arruinado su vida. Estaba embarazada, su familia la rechazaría y el hombre al que creía que sería su salvación acababa de darle la peor de las decepciones.

Las lágrimas no tardaron en rodar de nuevo por sus pálidas mejillas.

¿Qué se suponía que haría ahora?

No supo en qué punto exactamente sintió que alguien la observaba. Miró nerviosa a su alrededor. Los árboles que la rodeaban de pronto parecían como si tuvieran ojos que la seguían, acechantes.

En ése mismo momento se oyó un chasquido fuerte a su izquierda seguido del aleteo de varios pájaros que huían despavoridos desde la copa de un árbol, como si intuyeran que algo no iba bien. Los animales eran muy sensibles. Se volvió con brusquedad, con el corazón latiéndole en la garganta. Espió entre la espesura del bosque pero no vio nada.

Una brisa corrió trayendo con ella un olor desagradable que inundó sus fosas nasales, como si algo se estuviera pudriendo cerca.

Un sentimiento de pavor colmó su cuerpo provocándole un ligero temblor, pero trató de mantener la calma, para poder inspeccionar su entorno y mantenerse alerta.

Había sido tan tonta en alejarse Daeron. Todos los sentimientos encontrados que estaba sintiendo no la hicieron darse cuenta del error que había cometido al salir corriendo de ésa manera.

Sin saber muy bien que camino tomar decidió regresar; no quería que la caída de la tarde la sorprendiera en el bosque.

Respiró hondo para darse ánimos, ya que la energía del aire era pesada. Estaba sola en medio de la nada. No había nada de qué preocuparse, estaría a salvo allí.

Y, justo cuando se convencía de ello, una gran sombra oscura cruzó el cielo muy cerca de ella hasta acabar posándose en una colina con un atronador aleteo que rompió con el silencio y que hizo que el corazón casi se le salga del pecho.

Un dragón.

Allí, una criatura alada, de color negro y escamas afiladas, se detuvo a escasos metros de ella y, enseñándole los enormes dientes, abrió su enorme boca en un monstruoso gruñido. A pesar de la distancia, Héoleth se estremeció ante el inmenso calor que desprendió su aliento.

𝕽𝖊𝖉 𝕮𝖗𝖔𝖜 || Aemond Targaryen (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora