Capítulo 37_ Presagio.

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—El té de luna no es un método seguro. —le aseguró Madroc a su lado mientras ambos observaban el imponente paisaje de King's Landing desde uno de los tantos jardines que el palacio tenía.

—Más allá de su posible eficacia en el acto abortivo, las mujeres que lo practican corren un gran riesgo al comprometer su salud física y mental, y en casos avanzados cómo el suyo puede incluso llegar a la muerte.

Habían pasado días desde la noticia y, aunque Madroc no se había tomado con alegría la noticia, no estaba dispuesto a dejar que la princesa lidiara sola con ésto. A pesar de sentirse un incompetente por fallar en alejarla de los problemas, su deber ante todo era serle fiel y protegerla. Y eso era lo que haría.

Encontraría a los que estaban detrás de aquel engaño.

—¿Y qué se supone que debo hacer entonces?—Preguntó la joven.

Ambos se miraron. Aquella decisión era dura, fuerte y fría. Tras unos segundos en silencio, Madroc suspiró cansinamente apartando la mirada.

—No lo sé, alteza. La decisión es suya. Beber el té a éstas alturas sería un gran riesgo para su salud.

Héoleth asintió e hizo una mueca de dolor. El más mínimo recuerdo de su error hacía que su cabeza pareciera a punto de estallar. Y sin ser consciente de ello, se llevó una mano al vientre.

No quería que un hijo suyo tuviese que soportar el estigma de ser un bastardo, pero sabía sin lugar a dudas que, a pesar de todo, quería tenerlo.

—No entiendo cómo algo así ha sucedido. Si  hubiera sido sincera conmigo desde un principio no habría sucedido nada de ésto. —soltó Madroc con aspereza al seguir sus movimientos.

Héoleth pareció repentinamente cansada.

—Sé que he actuado incorrectamente, Madroc. He arruinado mi vida. Pero lo hecho, hecho está.

—¿Se lo ha dicho a él?

La pelirroja negó con la cabeza.

—Aún no. 

El soldado se colocó recto y espetó con decisión:

—No se lo diga. No hasta que estemos seguros que no está detrás de todo ésto. No se preocupe por la investigación, yo me encargo. ¿De acuerdo?

Héoleth asintió. Decidida, aunque temblorosa le obedecería.

Madroc estaba a punto de agregar algo más cuando la puerta de la terraza se abrió de sopetón y por ella ingresó un exaltado príncipe Daeron.

—¡Aquí estás... Oh, mis disculpas. —dijo el príncipe con una sonrisa de disculpa al ver que Héoleth no se encontraba sola.

Madroc arqueó una ceja al notar que la había tuteado, sin embargo no dijo nada e inclinó su cabeza a modo de saludo.

—Puedes marcharte, Madroc. —espetó la princesa y el soldado le dedicó una larga mirada, dudando como si quisiera decirle algo más y luego, maldiciendo entre dientes, hizo una reverencia y salió.

Sin decir nada, Daeron se acercó a ella, la tomó por el codo  y comenzó arrastrarla hasta la salida.

—¿Qué haces? —preguntó Héoleth, soltándose cuando pudo, jadeante. —Hoy no estoy de humor para más clases.

—Te estaba buscando. Es hora, Aemond acaba de salir en Vhagar. Si queremos que el plan funcione debemos irnos ahora.

Bien, tenía toda su atención.


—¿Seguro que podremos convencer a mis padres? —le preguntó la joven mientras ambos casi corrían por el pasillo.

—Tranquila, sé lo que hago. —dijo Daeron con el tono de voz impaciente  pero  con un sutil toque de indecisión. —Si se lo pido a mi madre ella accederá.

𝕽𝖊𝖉 𝕮𝖗𝖔𝖜 || Aemond Targaryen (EDITANDO)Where stories live. Discover now