Capítulo 39_ Redención.

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Los rayos del sol que se filtraban por la ventana la despertaron. Ya era mediodía y extrañamente nadie había intentado despertarla.

La noche anterior, sus lágrimas habían empapado la tela de su almohada y, con el corazón destrozado, deseó ahogarse en ellas. Vagamente, en medio de la mañana, creyó escuchar a Milufer entrar a la habitación varias veces, solo para retirarse de inmediato, discretamente. Pero no le prestó atención.

Durante todo ese tiempo, no volvió a ver a Aemond. Más tarde, se enteró por Milufer que había partido hacia un destino desconocido después del episodio en su habitación.

Su huida le causó un profundo dolor, pero como el mundo acababa de desmoronarse a su alrededor, lo tomó como una decepción más.

Avergonzada, se preguntó qué pensarían Daeron y la Reina Alicent de toda la escena en su habitación. Seguramente, la Reina sabía que algo grave había sucedido entre ella y su hijo, no por nada le había dicho todas aquellas palabras.

Indudablemente, su secreto pendía de un hilo, pero ya no podía hacer nada al respecto.

Temblorosa, se puso de pie y como ya era costumbre, acarició su vientre aún plano. Sabía que era cuestión de tiempo antes de que empezara a notarse. Por eso tenía que apresurarse.

Después de su crisis de llanto en la noche, con el dolor en su alma decidió que lo único que podía hacer ahora era irse a Invernalia.
Allí, a nadie le importaría su reputación y estaba segura de que Cregan la ayudaría a ocultar su condición. Con su posición y su amistad, seguramente podrían trabajar juntos hasta que su hijo naciera. Se las arreglaría sola y trataría desesperadamente de olvidar a Aemond en el proceso.

Mientras sus planes se formaban en su mente, dejó escapar algunas lágrimas.

Estaba sola, más sola que nunca. Y frente a ella se abría una oscuridad tan densa que no se sentía preparada para enfrentarla, aunque debía encontrar fuerzas donde no las tenía y aferrarse a las pocas que había sentido cuando decidió quedarse con su hijo. Solo él o ella podrían salvarla de caer en la oscuridad. Era lo único que tenía.

Tenía que encontrar una forma de salir de Desembarco del Rey. Estaba segura de que tarde o temprano sus padres descubrirían la verdad y no sabía cómo podrían reaccionar ante eso. Solo Cregan podría ayudarla en este momento; confiaba en su amistad y en que la protegería a ella y a su hijo una vez que naciera.

Le dolía el giro drástico que había dado la situación. Pero dadas las circunstancias, era el único plan que podría funcionar ahora.

Decidida a seguir adelante, comenzó a cambiarse con la ayuda de Milufer. Aunque notaba las miradas preocupadas de la muchacha, decidió ignorarlas. En ese momento, no quería hablar con nadie.

Una vez lista, salió de su habitación y se dirigió hacia el cuarto de sus padres. Sabía que su madre se levantaba antes que el monarca para dejarlo solo con sus planes, y luego él bajaba a almorzar y se reunía con su familia.

Era el momento perfecto para actuar.

Al llegar a la puerta del cuarto, se encontró con dos guardias que la custodiaban. Los hombres le hicieron una reverencia al verla, pero antes de que pudiera pedir que la anunciaran a su padre, escuchó la voz de Daeron llamándola.

Se volteó y vio al príncipe acercándose. Parecía más nervioso de lo habitual, especialmente al notar el rostro pálido y los ojos enrojecidos de la pelirroja. Sin embargo, también parecía desanimado.

—Héoleth. —saludó, mientras ella le sonreía con el rostro contraído. Daeron carraspeó antes de continuar: —
Necesito hablar contigo.

Héoleth asintió y ambos se alejaron de los guardias.

𝕽𝖊𝖉 𝕮𝖗𝖔𝖜 || Aemond Targaryen (EDITANDO)Where stories live. Discover now