Capítulo 28- Libre.

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El viento agitaba las olas en la orilla con una fría brisa, como si fuese consciente del humor de Héoleth. Estaba sentada cerca de una gran terraza del jardín principal del castillo, libro en mano y con Milufer a su lado. Madroc y otro soldado las escoltaban unos metros más atrás.

Repasó el borde del libro que tenía en su regazo, con el semblante taciturno, ya cansada. Últimamente luego del regaño de su madre lo único que hacía era leer, pasarse horas en su habitación, solo salir en los almuerzos y cenas. Ahora, ni siquiera le permitían pasar mucho tiempo cerca de sus cuervos.

Bufando, se recostó en el respaldo de su asiento y desvió la vista hacia los rayos que el sol de la tarde arrojaba sobre el jardín a través de las copas de los árboles. Intentó apaciguar sus intranquilos pensamientos al contemplar el paisaje.

Había pasado días enteros sin saber nada de Aemond, sumida en un estado de preocupación e incertidumbre. Lo había buscado por el castillo tratando de no ser muy obvia, y a menudo supervisaba los cielos esperando verlo pasear en Vhagar. Pero no hubo rastros de él. Y tampoco era cómo si pudiese ingresar a los aposentos de la Reina Alicent y preguntar por él sin delatar su gran interés. Y Helaena no era una opción, mucho menos Aegon.

Sintió un ligero pinchazo de incomodidad en su estómago. ¿Acaso la estaba evitando? ¿Se había arrepentido con lo sucedido entre ambos en la cabaña?

Aemond no parecía ser un hombre que hiciera algo como eso, era un joven centrado y le había demostrado en más de una ocasión que la amaba.
Así, aunque hubo ratos en los que se sintió devastada, había salido cada día y cada noche como si nada extraño ocurriera, como si el príncipe  y su desaparición no fueran de su incumbencia. Le había supuesto un esfuerzo muy grande y solo la compañía de Milufer había logrado que no se volviese loca.

Al menos en medio de su caos, a Lady Maris no se le había ocurrido abrir la boca. Si, ella había mentido sobre que Héoleth y sus encuentros íntimos con los príncipes, pero eso estaba muy lejos de calmar sus nervios.

Héoleth resopló con disgusto, jamás hubiese querido que su relación con la castaña terminara de ésa manera. Ella había intentado ser gentil con Lady Maris, pero la pedantería y el difícil  carácter de la joven sólo le provocaron una aversión invencible.

Quizás, si su genio hubiese sido otro y la obsesión de la castaña en casarse con un Targaryen no existiera podrían haber llegado a ser grandes amigas.

Pero en cambio estaban en la situación en la que ninguna de las dos soportaba la presencia de la otra. Se le erizaba el vello de la nuca cada vez que pensaba en la posibilidad que la joven hubiese soltado rumores aún más graves sobre ella y los príncipes. Si éso hubiese sucedido ahora no tendría  cómo defenderse ya que sí, había perdido su virginidad con uno de ellos. No habría podido negarlo. Y sin Aemond cerca tampoco hubiese sabido cómo defenderse.

Era terrible que fuera siempre la dama quien pagase las consecuencias de una noche de pasión si después el hombre desaparecía o no asumía su responsabilidad.

Pero para su alivio, al parecer Aemond si había cumplido con su promesa de mantenerla callada. Y gracias a los Dioses ése asunto parecía estar más que zanjado, ya que, Lord Borros Baratheon y sus hijas "las cuatro tormentas" por fin habían emprendido su viaje de regreso a Bastión de Tormentas.

Héoleth había oído sobre su partida pero decidió no participar en las actividades de despedida. Por suerte, su madre no la regañó por ello,  eso hubiese sido la gota que faltaba para rebalsar el vaso de rectitud que estaba aguantando.

Desvió curiosa su mirada cuándo las risas cantarinas de unas muchachas retumbaron por el lugar, haciendo que interrumpiera su lectura.
Al ojear a su alrededor, a lo lejos logró captar las siluetas de varias jóvenes abajo, cerca de la orilla del mar. La terraza le daba una vista desde arriba de lo que hacían, sin que ellas se diesen cuenta de ello.

𝕽𝖊𝖉 𝕮𝖗𝖔𝖜 || Aemond Targaryen (EDITANDO)Where stories live. Discover now