Capítulo 26_ Dragón Salvaje.

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El sol acababa de ponerse cuándo Héoleth se despertó. La cabaña estaba tenuemente iluminada por los últimos restos de la fogata, que ahora no es más que unas pocas brasas moribundas. Se removió dispuesta a levantarse pero sus movimientos fueron frenados, ya que se encontraba atrapada entre de los brazos de Aemond. Su cuerpo se tensó algo adolorido y cansado una vez que los recuerdos de lo que había sucedido entre ellos horas antes volvieron a su mente.

A su lado, Aemond dormía profundamente, con expresión relajada y con el cabello suelto cayéndole por los hombros. Los ojos de la Princesa se dirigieron a su boca, y sus mejillas tomaron un color carmesí. Sintió de repente su zona más íntima tornarse sensible y los músculos del muslo le dolieron en cuánto se escabulló de la cama.

Volvió a colocarse el vestido gracias a que Aemond se había tomado el trabajo de colgarlo junto a su ropa éste ya se había secado por el calor desprendido de la chimenea.

Una vez completamente vestida y abrigada, se dirigió a la salida. Afuera, la tormenta había parado hace tiempo.

Antes de salir por la puerta se detuvo, volviendo la vista atrás para ver a Aemond por última vez. Los rasgos duros de su rostro se habían suavizado por el sueño; lucía casi feliz. Una extraña sensación le recorrió el estómago ante la vista.

Sin más salió al exterior. Afuera, todo estaba oscuro, sin embargo pudo distinguir un pequeño camino que se dirigía hasta una pequeña colina cerca de unos árboles de hoja perenne. Se detuvo allí para observar el bosque. Cruzó los brazos por delante del pecho y se dedicó a escuchar en silencio los sonidos de la noche. La fría brisa transportaba aromas de flores, tierra mojada y madreselva. Inspiró hondo sintiéndose plena.

Hacia tiempo que no se sentía así de calmada. Y era una sensación que quería sentir el resto de su vida.

Se quedó allí en esa posición unos minutos hasta que a lo lejos escuchó el chirrido oxidado de una puerta al abrirse. Se volvió despacio, y vio que Aemond estaba allí, a unos pasos de ella, saliendo de la cabaña buscando algo con su ojo, lucía visiblemente preocupado. Él levantó la vista, y en el momento en que su ojo se topó con los de ella, pareció por fin relajarse.

Al cabo de unos minutos, mientras Héoleth volvía su vista al bosque por delante, Aemond se colocó detrás de ella y presionó su cuerpo contra el suyo. Apartó su cabello del camino, posó un tierno beso en su nuca, sus labios deteniéndose ahí.

—Me preocupé al no verte a mi lado. —dijo luego de un rato. Su tono era afable. Ella le dio una sonrisa en respuesta, aún concentrada en la vista frente a ella.

—Quería un poco de aire fresco. —añadió y sintió a Aemond asentir recargado en su hombro. El príncipe posó sus manos en sus codos y la giró de a poco.

—¿Te encuentras bien? —preguntó sin soltarla cuándo la tuvo cara a cara; y Héoleth supo que se refería a lo sucedido entre ellos hace unas horas. Sin poder evitarlo sus mejillas se tiñeron de rojo. Pantallazos de lo sucedido llegando a ella en pequeños flashes.

Habían sucedido tantas cosas en un sólo día que aún le costaba asimilar haber dejado de ser una doncella, y nada más que con Aemond Targaryen.

A pesar de su evidente timidez al recordar lo sucedido en la pequeña cabaña (que atesoraría por mucho tiempo), asintió siendo sincera. No se arrepentía de nada.

—Lo estoy. ¿Qué tal tú? —sonrió, iluminando su encantador rostro de sonrosadas mejillas.

Aemond se rió y sus hombros se sacudieron un poco gracias a eso. No era una risa de burla, era una en la que exhibía toda su felicidad y liberaba todo el anhelo que había guardado por años.

𝕽𝖊𝖉 𝕮𝖗𝖔𝖜 || Aemond Targaryen (EDITANDO)Where stories live. Discover now