La hija del Sol

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— ¡¿No lo sabes?! ¡Pero eres un dios!

Tezcatlipoca acababa de responder que no sabía quiénes eran los otros hijos del sol. Podrían ser quien sea.

— No puedo adivinar las acciones de mis hermanos, así como yo te encontré, ellos podrían escoger a cualquier ser humano. Incluso podría ser alguien que quiera matarte. Que sean hijos del Sol no significa que vayan a ayudarte.

—Genial. Entonces no sabremos hasta que nos enfrentemos con uno.— dijo preocupada.

— Por eso entrenarás cómo los Ocelotlpilli. Experta es todas las áreas del conocimiento, guerra, estrategia, matemáticas cósmicas, necromancia...

—Necromancia... — puso su mano en la cabeza.— ... Estaba preocupada por entregar un ensayo de seiscientas palabras y ahora... — respiró profundo.— ... Ahora voy a revivir a los muertos.

— ¿Por qué te preocupas? Eres mi protegida.— decía riendo.

Eso era precisamente lo que le preocupaba a Emma. Puso sus dedos en el entrecejo y preguntó, teniéndole miedo a lo que pudiera responder el dios de la noche, preguntó con temor.

— Antes de empezar con todo esto, quiero saber sobre mi familia...— hizo una pausa.— ¿Que fue lo que pasó?

Tezcatlipoca inclinó el cuerpo hacia atrás y se cruzó de brazos.

—¿Qué quieres saber?

Emma se quedó pensando. Tenía muchas preguntas y probablemente las respuestas solo traerían más dudas.

Decidió preguntar por la persona que más le importaba, la que más cerca estuvo de ella y sobre el que rondaban más misterios.

— Mi padre ¿Cómo murió?

Sabía que el dios no tendría piedad con sus palabras, no suavizaría ningún acontecimiento. En el instante que preguntó, se arrepintió.

— Espera...— puso las manos frente a si.—...no quiero detalles, no me digas él cómo, no me interesa... — suspiró tristemente.—... me destrozaría saber lo que sufrió...

No sabía si Tezcatlipoca le concedería ese favor. Aún así, ella cerró los ojos y respiró profundo, como si estuviera preparándose para recibir el golpe.

—Los humanos se aferran al pasado como si fuera a ayudarlos en algo. En fin, sigo sin comprender tus motivos, Sofía.  Cada quien elige la soga que se cuelga al cuello...— el dios se acomodó y empezó el relato. — Cuando el Omeyocán se enteró que existías...— explicó.— ...se volvieron locos y te buscaron por todos los rumbos.

— Pero son dioses ¿por qué no me encontraron?— estaba tan nerviosa que lo interrumpió de repente.

— Movieron todo, pero te tenían oculta con algun tipo de, lo que ustedes llaman "magia antigua", un hechizo muy poderoso que ni los sabios humanos más fuertes pueden realizar. Eso hizo enojar a los dioses más iracundos y despertó la curiosidad en muchos otros.

— ¿Magia antigua?

— Algún conjuro hecho en la lengua antigua, sólo ciertos dioses poseen el conocimiento de ella...— se cruzó de brazos.— El hechizo trabajó tan bien, que ni siquiera yo, dios de la nigromancia, me percaté de tu existencia... — aunque Emma lo veía perpleja, no podía observar que el dios está a visiblemente incómodo.— ... Algunos dioses te dieron su gracia y resplandecieron su rostro sobre ti. Otros... se sintieron amenazados... nunca había nacido una hija de la Luna, que cargara con los poderes del Sol. Se atemorizaron de lo que podrías hacer o ser... — el dios comenzó a tocarse las cicatrices en sus brazos.— ... No deberían existir seres más poderosos que los dioses, por qué ellos me he encargado yo. Así que uno de nosotros se levantó en contra tuya...

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