El entrenamiento

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Habían pasado unas semanas después del incidente, y como Tezcatlipoca prometió, entrenó a la muchacha.

Emma ni siquiera podía hacer una sentadilla de manera correcta. Terminaba con dolor de espalda baja y las rodillas le tronaban cada que bajaba o subía las escaleras de la Facultad.

Los brazos de la chica eran demasiado delgados, su fuerza neta era de cero.

Vaya que tenía velocidad y explosividad para correr, pero su condición cardiovascular hacía que después de unos metros le faltase el aire.

Tezcatlipoca, quería verla saltar de pared en pared, escalando superficies verticales, viéndola ágil y volátil, pero ella tenía la misma habilidad que una ramita seca.

— Derechazo, izquierdazo y lateral. Lo repetirás infinidad de veces hasta domines la combinación.— se posicionó con las palmas levantadas frente a ella.

La chica se quedó en blanco.

—Tezcatlipoca... No sé si debería de pedir perdón... pero no sé de qué me estás hablando...

Ahora el dios se quedó en blanco. Boquiabierto y anonadado exclamó al cielo.

— ¡Estas son las consecuencias de dejar que los humanos escojan el rumbo de sus vidas!

No sabía los nombres de los golpes, ni los ejercicios básicos de equilibrio, ni de estrategia. Emma era un libro vacío. 

Mientras ella hacia ejercicios de flexibilidad, el dios de la Obsidiana, observaba el arma que tenía frente a sí. Era una mujer pequeña, delgada e inexperta, que le hacía perder la compostura y hacía demasiadas preguntas, parecía cobrar venganza de las tantas noches que no pudo conciliar el sueño por su culpa.

Tezcatlipoca solo inhalaba y con la poca paciencia que los padres del universo lo habían dotado, le explicaba por tercera vez a Emma lo que era el cabeceo y evasión.

Hubo una vez cuando el Señor del Norte, había perdido toda la fuerza para controlar su temperamento que hubo un pequeño temblor, el cuál salió en todos los noticieros de la ciudad con el título de: "Retumbando sus centros la Tierra" .

— Todo esto es culpa de tus padres. Y de los míos también.

La chica caía, rodaba y tenía grandes raspones en sus brazos y piernas. De no haber sido por el mexica que estaba ahí para cuidarla, Emma hubiera salido con dos huesos rotos y un par de esguinces.
El dios se reía y luego la corregía.

La pequeña guerrera tenía un rasgo que extrañó al dios. No fueron pocas las veces que caía, que se lastimó, que terminó resbalando por el piso terroso y con raspones en todas partes del cuerpo. Pero ella, empolvada y sangrando de sus heridas, se levantaba, se limpiaba, regañaba a Tezcatlipoca por reírse y se volvía a poner en posición de pelea.

Era una actitud que él no lograba comprender.

Tal vez su cuerpo era débil y contaba con la gracia de un elefante para bailar, pero su fortaleza mental era exponencialmente mayor. 

— ¿Por qué continúas?

— ¿Disculpa?

— ¿Por qué te sigues levantando de cada caída? El instinto humano más común es huir del dolor, pero parece que vas en contra de tu naturaleza, sigues insistiendo.

La chica se quedó pensando un momento, miró una herida recién sanada que tenía en la rodilla, suspiró y dijo.

— Me he levantando por mucho tiempo sin tener un propósito en específico, solo seguía por inercia... por qué la vida sigue avanzando y no espera a nadie, pero ahora... Tengo un propósito... Es raro, pero... — levantó el rostro. — ... Creo que el instinto más humano es intentar, intentar e intentar...

La Sangre de los Dioses Where stories live. Discover now