Ximena pt.2

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Ximena pudo sentir que no estaba sola en su cuarto, y tuvo miedo, mucho miedo. Recordó que ya no era más una pequeña niña, hasta su cuerpo sabía que se estaba convirtiendo en una mujercita.

Ya no utilizaría su pesada cobija de tigre para taparse el rostro cuando algo la asustaba por las noches, ella, valientemente volteó a hacia la entrada de la habitación.

La cortina bailaba en el aire.

En aquel monte, hacía mucho frío por las noches, un frío que cala hasta en los dientes. Así que cerraban todas las ventanas y las puertas, aún así... La cortina bailoteaba.

Si, había alguien.

Estaba en la esquina.

Era una mujer.

Se veía alta, de cabellera larga y negra. Su pelo parecía llegar hasta el piso, como si trajera una túnica oscura.

La niña no lograba distinguir su rostro entre la penumbra. Pero hubo algo que sí pudo observar, aunque solo en su silueta.

La mujer tenía alas dónde deberían de estar los brazos.

Su piel era pálida como la leche. Blanquecina cómo la luna.

Y sus ojos resaltaban por ser completamente, negros.

No sólo había llenado el pequeño espacio con una terrible energía, comenzaba a moverse de manera amenazante hacia la pequeña.

No se escuchaban sus pisadas, parecía acercarse a ella, flotando. Sobre el mismo humo que cubría el piso.

Antes de que, Ximena pudiera gritar para pedir ayuda.

— Hermana mía...— del ser que la acechaba, salió una voz aguardientosa y filosa cómo la obsidiana, que le hizo sentir escalofríos.— ... Bienvenida seas.

Un lejano relámpago, iluminó ténuemente la escena.

No tenía pies, tenía unas peludas y sucias, patas de guajolote.

Su boca no existía más, portaba un pico de pájaro, terrible.

Ximena no aguantaba más, su corazón de le iba a salir del pecho si no hacía algo.

— Ximocamatzacua... — susurró la mujer ave.

Y se la boca de la niña, no salió nigun sonido. Ella tomaba el aire para gritarle a Doña Josefina, pero no emitía ni siquiera un susurro.

—Bienvenida seas a tu mundo, Ximenita.

Ximena, gritaba y gritaba, pero de su boca no salía ningun sonido. Se preguntó cómo era que sabía su nombre.

— Yo sé muchas cosas, niña mía. — la mujer se acercó a ella.— ... Sé también que anhelas ser grande... Y fuerte... Poderosa...

La plumas de sus brazos comenzaron a retraerse para dentro de su piel. Se escuchaba cómo se incrustaban entre su carne.

Y el pico se le resquebrajaba de par en par. El sonido era similar a romper varios cascarones de huevo al mismo tiempo.

Elevó su blanco y lampiño brazo para tomar lo que quedaba de su pico, y arrancarlo con fuerza de su pálido rostro.

— Prueba, sangre de mi sangre... Y te volverás inmortal...

La niña en un subidón de adrenalina, quiso levantarse y correr a la salida.

—... Quieta... — susurró fríamente.

El cuerpo de la pequeña cayó con pesadez sobre el piso de cemento gris.

La Sangre de los Dioses Where stories live. Discover now