Un sueño con sabor a pesadilla

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Los meses pasaron y Emma se hacía más fuerte. Sus hombros se ensancharon de manera sutil, sus brazos tenían dibujados finamente sus músculos, incluso llenaba sus pantalones de mejor manera.

Entrenaron hasta que no pudieron más, Tezcatlipoca nutría poco a poco, el espíritu de la pequeña guerrera.

Emma aprendió a convivir con la oscuridad, era una con esta, se entrenó para ver por medio de los sonidos. El dios vendaba sus ojos y ella se orientaba ayudada por todos sus sentidos.

Estaba aprendiendo a aprovechar su entorno para moverse, lo hacia de la manera más veloz y sigilosa que su cuerpo podía permitirle. Su mayor logro había sido escalar el nogal del patio sin caerse. Había intentado escalar la pared pero cuando llegó al final de los ladrillos, los pedazos de botella rotos, le hicieron una gran herida en la mano.

Su estilo de pelea era silencioso, desde las sombras, y cuando debía atacar, atacaba feroz y terminantemente en el momento perfecto. Aún dudaba sobre cuál sería el "momento perfecto".

Sacó provecho de la intuición de la que la Luna había dotado a todas las mujeres, aprendió a sentirla y a no tratar de callar aquella voz que le decía cuando se encontraba en peligro. Sabía que el piquete en el pecho era la brújula que le mostraría el mejor camino.

Había llegado el momento, Emma haría su último examen como humana, para poder adoptar su forma de Semidiosa.

Tezcatlipoca organizaba la ceremonia ritual para ungirla cómo guerrera. Aceptando así los gritos de su sangre, el destino que le había escrito Ometeotl.

Ella dormía plácidamente después de un largo día y un pesado entrenamiento. Cuando comenzó a oler a humo. Algo se estaba quemando.

Al principio, se asustó y se levantó de golpe.

Sin embargo, era poco aquel humo y, para su sorpresa, de olor agradable. Lo que le trajo algunos recuerdos que ya había olvidado.

Avanzando y siguiendo el aroma, salió por la puerta trasera, hacia el patio.

Ahí estaba Tezcatlipoca, sentado pacíficamente al lado de un pequeño bracero con hierbas quemadas en su interior.

Ella perpleja, quiso decir algo, pero Tezcatlipoca se veía completamente tranquilo, con un semblante sereno, jamás lo había visto así. Decidió callar.

Se sentó frente a él. Cómo usualmente hacían cuando había algo nuevo que aprender.

La melodía de los grillos acompañaban su pacífica estadía. La luna brillante y amarillenta era su único lucero. La brisa de la noche refrescaba sus cuerpos.

Ella respiró profundo.

— Huele a noche...

Tezcatlipoca no dijo nada. Sólo dirigió su mano detrás suyo.

Tomó un tazón lleno de un líquido espeso y de color rojo quemado.

Hundió su pulgar en este y pintó puntos en la cara de la chica. Uno en el mentón, en la nariz y dos en sus pómulos.

— Que los cuatro rumbos guíen tu camino al mundo onírico... Dónde tu tonalli no tiene ataduras. Correrá libre entre las cosechas de los sueños, dónde el mundo de lo visible y el mundo invisible, convergen. Que encuentre aquello que necesite vencer para trascender... Yo, Tezcatlipoca, dios nigromante, regente de las tierras oníricas, te doy mi bendición, Guerrera Siete Conejo...

Cuando colocó el último punto rojo en su entrecejo, la chica preguntó con miedo.

— ¿Qué estamos haciendo?

La Sangre de los Dioses Where stories live. Discover now