Responsabilidades

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Emma había cerrado los ojos y tapado sus oídos con fuerza, en un intento de abstraerse de la masacre que sucedía fuera de sí. Encogió su cuerpo lo más que pudo para evitar ser un obstáculo. Tenía frío, el único destello cálido que poseía era la sangre que acababa de salpicar sobre su rostro. Tenía miedo de ver o escuchar lo que Tezcatlipoca les hacía, pero había algo que le daba aún más miedo: se sentía aliviada y hasta un poco feliz.  Nunca había sido fanática de la justicia impartida por mano propia, pero aquella masacre le disparaba dopamina por el cuerpo. Y eso le aterraba.

— Quiero los nombres, Ichpochtli. — gruñó

La muchacha dió un brinquito. Emma no reconocía esta versión de Tezcatlipoca, era más grande, olía a sangre y furia. El corazón del dios latía con fuerza, ella sentía la palpitación de la tierra asustada, la luz dentro de él se había incrementado y un camino de sangre recorría desde su boca hasta su abdomen. Hacia muchísimo tiempo que el universo no presenciaba tal ira, los árboles se torcieron hacia abajo en señal de respeto, las nubes se alejaron pensando que serían un estorbo, así la Luna iluminó su conversación.

— ... ¿dónde estabas?

— ¿Quienes fueron?

— Ya los mataste a todos.

— ¡Esos eran sólo peones! ¡¡QUIERO LOS NOMBRES DE QUIÉN LOS MANDÓ, SOFÍA!!

Le dió una cachetada, seca y cruda.
— ¡¿DÓNDE ESTABAS, TITLACAHUAN?!

El dios, con la cara volteada, quedó mudo. La miró. 

Los antiguos mexicas fueron los últimos que mencionaron ese nombre. Titlacahuan, al Señor a quién pertenecemos, de quién somos esclavos. Un nombre antiquísimo, sacro y aveces, prohibido. Tezcatlipoca era Señor de todo y dueño de nada, pues todo era creación y sacrificio suyo pero sus templos habían sido destruídos, los restos de ellos se habían usado para imponer creencias y castigos ajenos a su mando. El mundo seguía girando, y él estaba en medio, viendo cómo los milenios pisoteaban los vestigios de su poder. 

Su corazón se apachurró. Cómo hacía muchísimo que no lo hacía.

La chica comenzó a manotear.

— ¡NO ERES UN PERRO, ERES UN PUTO DIOS OMNIPRESENTE! ¿POR QUE SÓLO APARECISTE CUANDO GRITÉ TU NOMBRE?

— Sofía...

— ¡De seguro estabas ahí! ¡Viéndome y muriéndote de la risa! ¡Para eso es para lo único que te sirvo!

— ¡Sofia!

— ¡NO ME LLAMES ASÍ! ¡Sabes que no me gusta ese nombre!

— ¡Dame la oportunidad de vengarte, necia! ¡Dame los nombres!

— ¿Cómo te atreves? ¿Te desapareces por dos meses y ahora te sientes con derecho? ¡¿Dónde chingados estabas?!

— Mujer, por los trece cielos, ¡Ya cálmate! — trataba de detener sus escurridizos golpes.

— ¿Sabes todo lo que he pasado estas últimas semanas?

— ¡Estás ebria! — le logró atrapar las manos. El mexica se percató de que la cara de la chica estaba manchada de sangre. — Tu hígado es demasiado débil, lo sabías y aún así osaste transgedirlo. — arrancó una de las plumas preciosas de su penacho y limpió los restos del brazo mutilado con suaves movimientos sobre sus mejillas. 

— ¡ESE NO ES EL PUNTO! ¡Eres un mentiroso! ¡Todo eso del protector y la protegida eran puras jaladas! ¿Tienes idea de cuántas noches en vela pasé preguntándome qué había hecho mal? ¿Cuánto me faltó para ser "La elegida" ? ¡Pensando que había sido mi culpa que te hubieras ido!

La Sangre de los Dioses Where stories live. Discover now