LA BRISA DE LA MAÑANA PASÓ COMO una cortina sobre su cuerpo. Aspiró el aroma del campo, de la naturaleza, de la libertad. Exhaló. Abrió los ojos y miró la colina de Pony con nostalgia. No la vería en mucho tiempo. Extendió los brazos y sonrió cuándo una vez más, la brisa la golpeó con suavidad y movió sus cabellos.
Regresó al orfelinato caminando, en unos minutos tendría que irse con Candy; ambas planeaban irse temprano. Pero antes, Desirée tenía que despedirse de sus niños. Por supuesto no los despertaría, no quería escucharlos llorar porque si lo hacía, entonces se arrepentiría y no encontraría el coraje para irse.
Los observó durmiendo plácidamente. Sus niños...
Se acercó a sus camas y les besó la frente géntilmente a todos. Les susurró unas palabras que ellos jamás escucharían ni recordarían. En el transcurso algunas lagrimas se le escaparon. Cuándo se detuvo frente a la cama de Mily, se desplomó sobre el piso con melancolía. Su pequeña Mily. Solo Dios conocía el dolor de Desirée.
Ella abrazó a la niña y se quedó así por unos segundos. Limpió su cara húmeda, depositó un último beso en la mejilla de su pequeña y salió de la habitación sin mirarla nuevamente. Cerró la puerta y recostó su cabeza contra la madera, aún con la mano en el pestillo.
