FUE UNA ESPECTACULAR NOCHE que Desirée jamás en su vida olvidaría. Realmente hubo mucho de todo. Cailean los obsequió con comidas tradicionales y dulces que Desirée se zampó en menos de cinco minutos, hubo bailes colectivos de los que ambos fueron partícipe, y tomaron incluso cerveza, aunque siendo muy mesurados. Pero, de entre todo, la parte favorita de la francesa fue cuando Douglas O'Rourke, sentado frente a la chimenea del hogar, tomó la palabra, acallando a la multitud que enseguida corrió a rodearlo para escucharle.
Sus cabellos plateados que parecían contar historias por sí mismos brillaron bajo la luz del fuego. Como una niña, totalmente embelesada, Desirée había tomado asiento como todos, y junto a Terry escuchó sin pestañear siquiera. Terry tuvo que reconocer la impresionante memoria de Douglas, que era capaz de recitar con precisión las leyendas que resaltaban su cultura.
Entre todas las preciosas historias y leyendas, hubo una que se convirtió en la favorita de ellos: Era la trágica historia de amor de Aoife, la doncella de las colinas. Ni Desirée ni Terry podrían explicar nunca por qué fue tan cautivador el cuento, por qué los atrapó de semejante manera. Y, para enorme coincidencia, resultó que también era el cuento favorito de Cailean.
Los chicos se despidieron cuando consideraron que era ya demasiado tarde, pero prometiendo que volverían, salieron de allí apresurados y recogieron al caballo de Terry con Valia.
Se tomaron su tiempo para regresar a sus respectivos alojamientos, por lo que caminaron en lugar de montar en la yegua de Terrence. Querían disfrutar de estar juntos, en ese silencio calmo que inundaba la calle bordeada por casas adosadas mientras los faroles proyectan destellos en los adoquines.
