DESIRÉE OBSERVÓ LAS MONTAÑAS, LAS COLINAS vestidas de verde, el lago brillante y azul como el zafiro. Pasaría las vacaciones con sus amigas en un pequeño poblado cerca de las orillas del lago, a una hora de Edimburgo. La francesa estaba encantada con aquel lugar tan colorido y natural. El aire de Escocia incluso se sentía más fresco que el de Londres.
Desirée escuchó el sonar de unas gaitas, inevitablemente rememoró al príncipe de la colina. ¡Oh, adorado príncipe que nunca volvió a ver! Annie comentó que seguramente había un festival en el pueblo, así que Dess salió corriendo mientras sus amigas la seguían.
Había una animosa celebración en el pueblo, la gente se aglomeró en las aceras, fascinados disfrutaron de los hombres con kilt que hacían sonar sus instrumentos. Desirée sonrió, sintiendo que estaba cerca del príncipe; él había sido muy bueno con ella, los años habían pasado pero jamás le olvidaría. Lamentó que Candy no estuviera ahí.
―¡Espera, número 93! ¡Espera! ―gritó alguien, distrayendo a la francesa.
Observó a un niño con una vara en la mano, gritando y persiguiendo a una cabra por toda la calle. Annie se escondió detrás de Patty, diciendo que le tenía miedo al ser vivo con cuernos que se aproximaba a ellas.
―¡Oh! Me acuerdo de la granja del señor Cartwright, tenía cabritos muy lindos como este ―exclamó Desirée, recibiendo con un abrazo a la cabra.
Pero nadie entendió de qué hablaba, solo Candy podría haberla comprendido, sin embargo, ella ahora mismo estaba en América, en el hogar de Pony. Dess sonrió con tristeza.
