EL AGUA SE DESLIZÓ POR SU NARIZ, escupió una buena cantidad mientras hilos corrían por sus mejillas. Desirée se levantó de golpe, tosió y vomitó más agua. Al finalizar, tomó grandes bocanadas de aire mientras intentaba estabilizar su respiración. El hombre se le quedó viendo sin saber qué hacer, y cuándo notó lejano el peligro, se aventuró a preguntar:
―¿Te encuentras bien?
Desirée, bruscamente, se giró hacia él. No lo había visto, ni sentido su presencia. Él se veía muy mayor, tenía una enorme barba y un cabello rubio salvaje que parecía no haberse cortado en un buen tiempo; portaba lentes redondos oscuros y una bufanda ligera. Desirée no lo reconoció.
Al lado de ella estaba Candy, así que instintivamente la primera acción de la francesa fue abalanzarse contra su hermana y abrazarla con aprensión. Desirée miró de soslayo a sus alrededores para buscar algo con qué defenderse. El hombre dándose cuenta de la suma desconfianza ―que por supuesto comprendió― de la chica, se apresuró a añadir:
