UNA PIEDRITA GOLPEÓ LA VENTANA de Desirée. La persona que la aventó tuvo la suerte de que la dueña de la alcoba aún siguiese despierta, pese a que hacía tres horas que había sonado la campana de la hora de dormir.
Desirée, extrañada, se levantó de su cama, dejando a un lado su libro; tomó su albornoz, anudó la cinta, recorrió las cortinas y abrió lentamente las ventanas de la alcoba. Al principio no vio nada ni nadie, así que, cautelosa, caminó descalza al balcón. Solo entonces pudo verlo, mimetizado en la oscuridad y recostado sobre una gran rama, con la espalda apoyada en el tronco.
Ella se acercó más, ladeando la cabeza por su audacia. Apoyando los brazos encima de la baranda del balcón y recargando su peso sobre estos, logró atrapar la fiera mirada de él.
―Terrence Graham Grandchester ―murmuró, con un dejo de diversión―. ¿Se puede saber qué hace aquí a estas horas de la noche?
―¿Y se puede saber qué hace despierta a estas horas de la noche, Desirée Lambert? ―cuestionó, con la misma diversión.
―No lograba conciliar el sueño y estaba leyendo.
―Entonces espero que, buena dama, me disculpe por haber interrumpido su lectura y le conceda el honor a este humilde caballero de ser su acompañante por esta noche ―recitó con una fingida voz elegante y entonando las palabras.
