ERA AÑO NUEVO Y UNA VERTIGINOSA ceremonia daba paso dentro del crucero, dónde damas y caballeros reían modestamente y las copas con champagne chocaban unas con otras. Desirée tenía incluso una, pero apenas dos sorbos le había dado. No estaba triste, sin embargo, ese año nuevo se sentía distinto y carecía de emoción; el año pasado lo había pasado en el hogar, con sus niños, con la gente que amaba. En cambio, en ese momento estaba rodeada de un mayordomo serio y reservado que solo tomaba palabra cuándo se le hablaba, si nadie lo hacía, se mantenía en silencio por horas ―a menos que tuviese que dar mínimas y cortas órdenes―. Las demás personas a su alrededor eran solo desconocidos con los que no había cruzado ni una sola palabra.
Desirée sonrió para Candy, la única persona que valía la pena en ese crucero y la única en la ceremonia a la que le tenía afecto. Se llevó su copa a los labios y dio un sorbo más largo que los anteriores; finalmente, dejó su copa vacía en una de las mesas.
Candy estaba a punto de decir algo, no obstante, Desirée se adelantó y la cortó:
―Iré a la cubierta a tomar aire―anunció―, permiso. No tardo.
