EL AMBIENTE ERA MÁS QUE CÁLIDO Y DULCE, Desirée tenía los ánimos hasta arriba, y cuando estaba así de feliz, era muy propio de ella el ponerse a bailar y, sobre todo, a cantar. Todo aquel que le escuchaba interpretar sus canciones favoritas acababa por alabarla y elogiarla por su preciosa voz. Habían dos cosas en esa dulce jovencita que nadie podía negar: Su belleza y su voz de ángel. Sin duda, Desirée estaba dotada de muchas cualidades inherentes de las cuales rara vez se jactaba pero que reconocía.
―Oh, el sol brilla brillante en mi vieja casa de Kentucky... ―comenzó a cantar en voz baja, separándose de Terry―. La copa de maíz está madura y la pradera está floreciendo...
El chico se giró a verle con una sonrisa diminuta. La observó levantarse con cuidado y caminar descalza por la habitación en dirección al balcón, para ser más precisos, a las cortinas, pero sin abandonar su labor.
―Mientras los pájaros hacen música todo el día. ―Empezó a aumentar el ritmo y entonar las palabras, las cortinas se abrieron y permitieron el pase de los rayos de luz del naciente sol―. Los jóvenes rodan en el pequeño piso de la cabaña. Todos felices, todos felices y brillantes...
