CAPÍTULO 23

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Cuando James regresó a casa ya era de noche

Con la mente hecha un lío caminó con sigilo por los pasillos, ¿cómo había sido capaz de decir tanta sarta de estupideces? Manchó el buen nombre de Sofía y ni siquiera había valido la pena.

No sabía sí Hugo creía ciegamente en ella o era un tonto. Confiaba en que la hombría del susodicho lo haría dudar lo suficiente, pero solo regresó con un moretón en la mejilla y un arrepentimiento tremendo en la mente.

Como fuera el caso ya estaba hecho. Solo restaba esperar a que Hugo hiciera algo, lo que sea.

Se dirigió a su habitación pero fui interceptado por Amber. Se veía molesta, pero eso ya era costumbre.

—¿Dónde diablos estabas?—no prestó atención a su presencia y siguió caminando.

Escuchó los pasos de su hermana tras de sí, por lo que su gesto no había dado el resultado que esperaba.

—Quiero dormir, Amber. Lárgate y déjame en paz—dijo aún de espaldas a ella; la princesa ahogó una exclamación escandalosa.

—¿Cómo te atreves a hablarme así?—repuso indignada.

Él la encaró. Molesto e incapaz de contener su amargura un segundo más.

—Maldita sea, estoy harto de que siempre quieras saberlo todo.—sus palabras con poco más que molestia en la voz—Vete a tu cuarto a contar tus tiaras o algo, solo déjame en paz.

Se alejó antes de recibir la respuesta de la princesa. Quién por cierto, no lo siguió.

Cuando llegó a su habitación suspiró pesadamente, se había olvidado de Catherina.

La susodicha estaba sentada en la estancia de la recámara, con una vela aluzando su vista y un libro en mano. Cuando notó su presencia lo cerró de golpe.

Se levantó y caminó hacía él.

—Necesitas que alguien cure eso—le dijo.

James se llevó la mano a la mejilla y arrugó el gesto como consecuencia del dolor.

—¿Podrías?—Catherina asintió y salió a buscar lo que él suponía era algo para tratar sus heridas. Regresó trayendo en mano una canastita con vendas, alcohol y agua tibia.

Le hizo un gesto para que se sentara en el sillón donde antes se encontraba ella.

Se acercó a él con un pañuelo caliente y le limpió el rostro con delicadeza. Aún y con todos los intentos de Catherina por provocarle el menor dolor posible, era imposible que no se quejara en susurros.

—¿Me dirás quién te hizo ese golpe?—preguntó después de un rato.

—Fue una riña con algunos caballeros cuestionables—respondió mientras se ponía de pie. Entró al vestidor antes de que Catherina tuviera oportunidad de cuestionar su explicación.

—Podría creer que insultas mi inteligencia

Sonrió sin evitarlo.

Volteó a su dirección y se acercó hasta sentarse a su lado.

—¿De verdad quieres saber?—ella asintió en confirmación.

—Fue Hugo

—¿El prometido de tu hermana?—preguntó con asombro—pero cómo, ¿por qué?

—Porque es un idiota

Ciertamente lo que menos pensó fue que el prometido de su cuñada fuera un salvaje. Se apresuró al juzgarlo dada su posición.

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