CAPÍTULO 28

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La primera vez que escuché sobre las relaciones maritales fue en mi cuarto año de internado. Una par de chicas de último molestaban a Lady Dorothea, a quien sus padres habían comprometido sin su consentimiento. Su prospecto era un hombre adinerado, un conde que le triplicaba la edad y que, según nos confesó, carecía de dentadura hasta donde ella recordaba.

Dadas esas circunstancias la idea que tomé del acto marital es muy desagradable.

—¿Es estrictamente necesario hacerlo?—aunque mi esperanza es mucha, la negativa de mi madre me hace suspirar con resignación.

—Siempre que él quiera y por lo regular es así, el acto se tiene que hacer.

—¿Acaso no importa mi opinión?—mi repentino cambio de voz la sorprende, pero es inaudito lo que escucho—Según entiendo el acto no se puede realizar sin que haya dos partes perfectamente dispuestas a hacerlo.

—Solo hace falta que él esté dispuesto, cariño—frunzo el ceño con molestia —él puede forzarlo si así lo desea.

Levanto la cabeza hacia ella con incredulidad.

—Hugo no me forzaría a ello—digo con seguridad—y si lo intentara, no se lo permitiría.

Mamá se acerca y posa sus manos sobre mis hombros, estoy agitada y apenas me he dado cuenta.

—Sé que lo harías, pero aún así quiero que lo intentes—doy un paso atrás con negación, pero busca mi mano antes de alejarme más—no te he dicho todo.

No contesto pero la aliento a seguir con un gesto.

—A veces hacerlo puede ocasionar placer—¿Dolerá y será placentero a la vez?—cuando el amante es muy vigoroso, puedo causar oleadas de placer indescriptibles.

Su rostro se sonroja de inmediato. Volteo la cara en un gesto de asqueo, ¿acaso ella y papá?

—¿tú has experimentado ese placer, mamá?—mi pregunta sale antes de siquiera pensarlo demasiado, pero obtengo una respuesta positiva al verla asentir.

—No hablemos de ello, no podría seguir el rumbo de la conversación—estoy de acuerdo en eso—solo te pido que lo reconsideres, intentarlo no te hará daño y si no te gusta siempre puedes decírselo a tu esposo; estoy segura que Hugo lo entenderá.

Después de prometerle que lo intentaría salimos rumbo al salón. Un guardia nos acompaña en todo el recorrido.

Cuando entramos voy directo a la mesa principal, donde Hugo está sopesando su copa. Al verme la posa sobre la mesa y me da toda su atención.

—Te ves pálida, ¿Te sientes bien?—asiento con rapidez para tranquilizarlo.

—Mi madre acaba de darme la conversación más incómoda de mi vida—tomo un bocadillo de mantequilla de la bandeja frente a nosotros, la llevo a la boca y veo a Hugo sonreírme—¿Qué?

Se encoge de hombros aún sonriendo.

—Es que sospecho cual fue el tema principal.

—Por favor, ilústrame con tu deducción—pido con ironía.

—Pues del acto marital—toma su copa una vez más y le da un largo trago. Me quedo en silencio y me limito a tomar otro bocadillo.

—Estoy en lo correcto—dice al poco rato

—Sí—le doy la razón como un trago amargo, que se ve apañado por otro pastelitos glaseado—me ha dicho cosas que es mejor no repetir.

—No sé cómo lo haya pintado, pero te aseguro que no es tan malo—sus palabras hacen que me atragante con el bocado, me levanto y toso instintivamente para deshacerme de la sensación de asfixia.

DAYLIGHT | 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora