Capitulo 9: Un futuro planeado

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Ian.

Estoy sentado en mesa de la cocina y muevo el lápiz compulsivamente en mi mano.

Bostezo porque ya estoy un poco cansado de estar repasando una y otra vez mis apuntes y ya me está comenzando a doler un poco la cabeza, llevo en esto desde hace unas horas.

Suelto el lápiz y lo dejo sobre mi cuaderno y me recuesto en la silla, hora lo que se mueve es mi pie que no deja de repiquetear en el suelo.

Siento la mirada de mi mamá que está al otro lado de la cocina preparando algo para comer, levanto la mirada hacía ella que me observa tras sus gafas con las cejas enarcadas. 

—¿Qué? —pregunto.

Mi madre es bajita y gordita, los ojos castaño claro igual que su cabello que le cae a la altura de los hombros, tiene las líneas de expresión marcadas en la frente y en el contorno de sus ojos, y una mirada agradable.

—Creo que deberías de tomarte un descansó —me dice poniendo las manos en la encimera.

—En eso estoy.

Le sonrió y me levanto de la silla estirando las piernas de pues de un largo rato y me desperezo con una mueca.

—Quiero decir que te apartes un poco del cuaderno, creo que ya has estudiado lo suficiente ¿Por qué no vas a dar una vuelta por ahí?

—Sí, no creo, estoy bien aquí.

—¿Seguro?

—Cien por ciento.

—Bien, testarudo.

Camino hacía a ella y le paso por un lado para ver qué es lo que está cocinado, y se me ilumina la mirada cuando veo que es un guiso.

Le hecho una mirada por encima del hombro a mi madre, que me mira con los ojos entrecerrados y le dedicó una sonrisa radiante, antes de volverme para agarrar una cuchara y con ella agarrar un poco de guiso para probarlo y obvio mi mamá al ver lo que hago se apresura hacía mí para quitarme la cuchara para que no vuelva a probar de su preciado guiso.

—¡No le metas la mano! —exclama.

—Pero es solo comida —suelto una carcajada.

—Sabes que soy muy quisquillosa con la comida y ademas no está listo.

Me reprende con la mirada y yo sonrió divertido y es verdad mi madre no deja que nadie toque nada de su cocina o desordene algo de ella.

—Sigue siendo solo comida —me encojo de hombros.

Y ella con el pañito que tenía en la mano me golpea el hombro.

—Eso no, señora Margaret —bromeo cuando me ataca de nuevo la risa.

—La comida se respeta —dice riéndose.

—Vale, vale.

Alzo las manos en señal de rendición y rodeo la encimera para sentarme en uno de las sillas altas que hay al otro lado.

—Hola, familia.

Dice mi padre entrando a la cocina y mi sonrisa se congela, por mero instinto me enderezó en la silla, y me pongo a jugar con uno de los pañitos de mi madre.

Levanto un poco la mirada hacía mi madre que sonríe con calidez mirando a mi padre que se posiciona junto a ella y le da un beso en al mejilla antes de volverse hacía mí, y me analiza con la mirada.

Mi padre, Alan, es un hombre que pisa los treinta y ocho años, por ahí, es alto como yo, con el cabellos oscuro que alberga alguna que otra cana, tiene los ojos grises, los mismo que me heredero a mí.

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