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~Lilith-june Anderson~
Presente...

Me mantengo al lado de mi familia mientras bajamos del avión. Ayer por la noche no pude dormir nada porque el dolor de cabeza era insoportable.

Mi esposo no deja de hacer maniobras para salir cuanto antes del aeropuerto. Misteriosamente se solucionaron los problemas con nuestro equipaje y estamos listos para irnos a casa. Mi esposo y su influencia supongo.

Asentí distraída y él siguió hablando.

—¡Un puesto de donas! ¿Me compran una?

Milán se encontraba tenso y cansado del viaje aunque no le negaba nada a las niñas.

Seguía molesta por la falta de sueño que me pasaba factura con un humor tan pésimo, al menos el dolor ahora era leve.

Ambos nos unimos en unos segundos a la fila que había tras el puesto de pastelillos y postres.

Me separé de ellos y me alejé un poco. Ella chilló de emoción cuando se acercaron con las deseadas donas.

Asentí y observé a todos tomar las maletas para retomar el camino. Ambos nos dedicamos una mirada cansada que indicaba las ganas que teníamos de ir a casa.

Martin se tensó y volteó a verme preocupado cuando tropecé con las ruedas de mi maleta.

—Auch —solté por inercia.

Me habían pasado cosas peores, pero el golpe en el meñique duele como el infierno.

Noté la necesidad de Martin de verificar que me encontraba bien, pero no tenía tiempo para eso. Isana caminó mientras su hermanita la seguía, ellas también estaban cansadas y lo último que necesitaba era un médico paranoico.

Martin tomó mi mano y retomamos el camino. Sus ojos brillaban más cada vez que me miraban, esperaba poder reflejar el mismo nivel de amor en mi mirada.

—Lleguemos a casa, Martin. Te lo prometo que estoy bien, solo quiero ir al sanitario antes de tomar el taxi — informé.

Sonreí abrazándome a mi esposo, cuando lo solté me dirigí a los baños del lugar.

—La fila está aquí por una razón, señora. Así que espere su turno como las demás.

—Gracias por el consejo —después de todo la idea de mi hija no sonaba tan descabellada, con eso en mente me armé de valor a gritar mi condición a los cuatro vientos, pero algo me detuvo.

La cabeza me dolía horrores y un pitido fuerte en mis oídos me desestabilizó. Para colmo el piso estaba siendo trapeado y no me fijé hasta que mis pies resbalaron con el líquido en el suelo. Caí muy fuerte y luego todo se volvió negro.

~×~

Milán reía y deseé saber cuál era la razón. Ambos caminamos a la mesa donde estaban sus padres.

—Ustedes son el alma de la fiesta —aseguré —. Solo pido que al llegar a su edad tenga la mitad del sentido del humor que ustedes tienen, son mi ejemplo a seguir.

Me miraron felices y se carcajearon con lo que había dicho.

—Realmente te adoran, Lilith-june.

—Un hecho que no me sorprende en absoluto —le dije —. Son personas maravillosas, creo que me aman más que mi propia familia.

Me rodeó con su brazo y me besó callando mis palabras. Martin dejó de reír cuando vio a mi padre entrar al salón.

Mi ahora esposo se mantuvo sereno durante la incómoda conversación con mi padre. Más tarde hablaríamos de mi relación estropeada con mi familia.

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