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~Evora Martin~

Odiaba tener que despedirme de mamá, me parecía ridícula la manera en que había muerto teniendo en cuenta que mi padre era médico, que no hubiera solución a su problema.

Debía despedirme de ella y la cosa era que no estaba lista, porque jamás pensé que mamá se iría de mi vida siendo tan joven. Siempre pensé que sería como en las películas y que viviría hasta casi los cien años.

Isana y papá parecían consternados.

Ok, yo también lo estaba, pero me preocupaba más el futuro de nuestra familia, el tener que vivir sin mamá para siempre.

—Finalmente he hecho eso que tanto querías que hiciera hermana, he madurado —le conté con tristeza en mi voz porque había tenido que pasar se ser una niña a una mujercita que aprendería a vivir sin una madre en su vida.

—Tu no has madurado, sigues siendo la misma niña de siempre, Evora —dice —. Además no deberías preocuparte por eso, cuando sea su tiempo tendrás que olvidarte de tu niñez, pero no lo hagas antes.

—Mi mamá murió ayer. ¡Es hora de crecer!

—Tan solo debes aceptar tu dolor, Evora. No debes de pronto ser un adulto —respondió viéndome a los ojos —. O comportarte como uno.

—¿Están listas? —interrumpió papá con un rostro tan pálido que era señal de haber llorado mucho —. Ustedes irán en el auto con mis padres. Yo me encargaré de unos últimos asuntos en la funeraria. Nos vemos allá.

—Rápido mis niñas, no queremos llegar tarde a despedir a su madre —aseguró la abuela apareciendo en la habitación.

—Te equivocas abue, no vamos a decirle adiós, vamos a abandonarla en ese lugar triste y feo —la corregí y ella no supo que decirme ante eso —. Esta bien, no tienes que preocuparte por mí. Ya no soy una niña.

—No es cierto, Evora. Todavía eres mi pequeña niña y siempre lo serás. Además sabes que puedes contar conmigo en esta situación tan dolorosa que atraviesas —me abrazó y me permití llorar en sus brazos, creo que era el efecto que ella tenía en mi, quizás sí seguía siendo una chiquilla después de todo. Y quizás eso era justo lo que debía ser, quizás mamá no sufrió en su muerte porque sabía que habrían personas maravillosas cuidando de mi hermana y de mi.

—Hay que irnos.

—Gracias por avisar abuelo, pero has arruinado el momento —bromeó mi hermana —. Lo siento, Evora. Perdona si de algún modo te hice sentir que debías crecer porque yo lo dije —ella se disculpó y nos fuimos.

—No puedo imaginar mi vida sin mamá. ¿Como se supone que haga mis tareas ahora? ¿Con quién jugaré en las tardes? ¿Quien me abrazara cuando esté triste? —dije cuando llegamos al lugar y empezaron con las palabras de despedida al cuerpo en el ataúd —. Ahora no habrá quien me diga que me ama sin importar qué.

—Sabes que aún estamos papá y yo, estamos aquí —afirmó mi hermana.

—Bueno, pero no es lo mismo. ¡Tu no eres mi mamá! —grité sin poder contenerme —. ¡Mami! ¿Por que tú?

—A ver, cariño, mírame, ella está en un lugar mejor ahora.

Oh, claro. ¿Pero eso donde me deja a mi? ¿Como se supone que viva sin ella?

—¡Tu no lo entiendes! —comencé a frustrarme y las lágrimas salían sin control de mis ojos.

—Evora, debes calmarte —pidió mi hermana tratando de hacerme entrar en razón.

—¡No! ¡¿Es que nadie entiende que es mi mamá la que está en esa caja?!
Tendré que vivir el resto de mi vida sin su sonrisa, sin sus besos, sus abrazos y sin poder escuchar su voz. ¡No puedo dejarla ir! —seguía gritando y corrí hasta su ataúd para verla por última vez.

Ay, mi amor, yo estaré bien y tú también. Pero debes dejarme ir.

Quizas era mi cerebro haciendo que me calmara, pero podría jurar que escuché la voz de mamá en cuanto me acerqué a ella. Después papá e Isana se colocaron a mi lado y supe que lo que había oído era verdad. Así que, aún con todo el dolor que sentía, dejé que su cuerpo fuera sepultado y esperaba que la sensación de vacío que sentía se fuera con ella.

 Así que, aún con todo el dolor que sentía, dejé que su cuerpo fuera sepultado y esperaba que la sensación de vacío que sentía se fuera con ella

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