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—¿Todavía no te has vestido?

Lillian giró los ojos hinchados de llorar en dirección a la puerta. La había dejado abierta a propósito cuando escuchó el timbre, porque sabía que Tobias subiría, pero quien la observaba era Urijah.

Sobre la cama, detrás de ella, yacía el precioso vestido blanco con brocado en las mangas. Cuanto más lo pensaba, menos quería ponérselo, y mucho menos añadir el velo.

—Tengo miedo —musitó, y Urijah arrugó la frente.

—¿De qué?

Lillian se limpió las lágrimas secas de las mejillas. La única razón por la que estaba dispuesta a cambiar toda su vida por un chico era deshacerse cuanto antes de sus deudas. Pero Kourt parecía retrasarlo para que no le pidiera el divorcio con antelación.

—De casarme —confesó.

Entonces Urijah hizo una mueca de comprensión. Se había apoyado contra el marco de la puerta.

—Es normal —dijo—. Es normal incluso querer cancelarlo todo el mismo día de la boda.

—¿Usted también?

—La mañana del día que me casé, ni siquiera estaba segura de querer a mi esposo —le dijo, y Lillian se sorbió la nariz—. Es ya bastante difícil juntar a dos personas para que se soporten, así que imagina dos familias. Las familias son las que más complican los matrimonios.

—¿Y si no vale la pena?

—¿Casarte?

—No, todo lo que prepararon. Es una boda pequeña, al fin y al cabo.

—¿Y no la querías así?

Lillian se encogió de hombros. Desganada, acariciaba la tela del vestido, tratando de buscar la ilusión de ponérselo en algún rincón de su ser sin encontrarla.

—Preferiría casarme en el campo —murmuró—. Pero no es el estilo de los Pruett.

No acusaría únicamente a Kourt cuando él no había tomado decisión alguna respecto a su propia boda. Parecía conformarse como si no tuviera preferencias, porque lo veía como un negocio y no como una relación.

—Bueno, estoy segura de que tu esposo lo entendería —le dijo Urijah de pronto—. Es el más comprensivo de los cinco.

Y Lillian la miró de reojo.

—La quinta persona no es Amelie, ¿o sí?

Urijah encogió un hombro.

—Son amigos desde la infancia, así que es casi de la familia.

—Pero está enamorada de él, Urijah. He visto cómo lo mira.

Urijah le sostuvo la mirada, sin parpadear, durante un buen rato. Luego resonó el timbre en la puerta principal y, casi sobresaltada, la señora se enderezó.

—Vístete, mi niña. No creo que tarden mucho en llegar.

Eran las cuatro de la tarde y lo único que Lillian había ingerido en todo el día era el maldito jugo verde que Kourt le había encargado a Urijah prepararle a la chica todas las mañanas. Por eso, cuando vio a Tobias llegar con pizza, quiso llorar de felicidad.

No había podido dormir. Lloró hasta quedarse dormida y, a las siete y cuarto de la mañana, mientras Urijah licuaba el jugo, recibió un mensaje de Kourt en el que le explicaba que su madre podría llamarla ese día. "Quiere asegurarse de que estás maquillada, pero ya le he dicho que habías buscado a alguien", le avisó.

Hasta el último de tus latidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora